LA NUEVA DERECHA ESTADOUNIDENSE ASPIRA A CREAR UNA DEMOCRACIA DE ORDEN JERÁRQUICO

LA NUEVA DERECHA ESTADOUNIDENSE ASPIRA A CREAR UNA DEMOCRACIA DE ORDEN JERÁRQUICO

Si bien Johnson no sigue a la neorreacción en su rechazo absoluto de la democracia, la república que anhela es todo menos inclusiva e igualitaria. «Como la ‘vieja derecha’ fascista y nazi, la ‘nueva derecha’ estadounidense aspira a crear una sociedad de orden jerárquico, homogénea y unificada desde el punto de vista racial y cultural», nos explica seriamente. «Pero de la misma manera en que la nueva izquierda no tiene ninguna dificultad en condenar las atrocidades de la vieja izquierda estalinista conservando sus ideales, la ‘nueva derecha’ se construye sobre un rechazo explícito del totalitarismo, el imperialismo y el genocidio». Entre los inspiradores estrellas de los intelectuales de la Alt-Right figuran Alain de Benoist y Guillaume Faye, los pensadores de la Nueva Derecha francesa reunidos en el Grupo de Investigación y Estudios para la Civilización Europea (grece, por sus siglas en francés), que trabajó para reconstruir una extrema derecha presentable tras su deslegitimación después de la Segunda Guerra Mundial.

RAZA E IDENTIDAD

Inscribiéndose en esta línea, Spencer se presenta como un nacionalista «identitario». «La cuestión más importante, antes que la economía o la política exterior, es la de la identidad. Ahora bien, la identidad blanca se define como la herencia biológica y cultural de Europa». Le gusta señalar las supuestas incoherencias de una izquierda dispuesta a todas las contradicciones para escapar al «tabú de la raza»: «las razas serían iguales, pero los blancos oprimirían a los demás… excepto que las razas no existen, razón por la cual, ¡se necesitaría una mayor diversidad racial!», parodia en su sitio Radix. Finge así ignorar la distinción entre la existencia de razas como construcciones sociales que producen efectos concretos sobre los «racializados» y la inexistencia de la raza como concepto genético y biológico válido. Al igual que el «etnodiferencialista» Alain de Benoist, los identitarios estadounidenses desarrollan una argumentación bastante sofisticada para darle un aspecto serio a su «realismo racial»antiigualitario y rechazan toda acusación de racismo. Al ser la genética de poca ayuda, ya que se demostró que todos los individuos tienen en un 99,5% el mismo genoma, recurren a los dudosos hallazgos de la biología evolucionista y las ciencias cognitivas para afirmar la existencia de diferentes razas, así como la preferencia natural e inevitable que tendría cada individuo por la suya, «como un niño prefiere a su padre por sobre otros hombres», explica De Benoist en una entrevista concedida a Éléments.

Sin embargo, evitan afirmar inmediatamente que la raza blanca sería superior a las demás: «ninguna raza es superior en todos los aspectos», escribe Spencer. «Todo depende del contexto. (…) Los africanos del oeste pueden ser ‘superiores’ en el sprint, otras razas pueden tener mayor facilidad en otros campos». Se adivina el deslizamiento riesgoso que se perfila… Tras haber reconocido graciosamente los talentos atléticos de los negros, tiene derecho a preguntarse sobre las virtudes de otras razas. Según él, los blancos y los asiáticos serían más inteligentes que los negros porque sus ancestros, los cazadores-recolectores que sobrevivieron a los inviernos más fríos del Norte, fueron los más inteligentes y previsores, mientras que los ancestros de los africanos no tuvieron necesidad de desarrollar tales facultades en el trópico. «No es ni justo, ni injusto, es simplemente el resultado de la evolución», escribe. Y si los asiáticos son «más inteligentes que los blancos», son sin embargo más «conformistas», lo que explicaría que en la época moderna, «la inmensa mayoría de las grandes realizaciones en la historia sea obra de hombres blancos que viven en Europa y, más recientemente, en América del Norte». Y es así como la desigualdad racial, descartada en la introducción, regresa tranquilamente en el cuerpo del texto.

Es, además, en gran medida en nombre de esta desigualdad como Spencer toma distancia del cristianismo y se distingue así de la derecha religiosa estadounidense encarnada especialmente por el Tea Party. «Culturalmente, la civilización blanca europea es cristiana, y la defenderemos como tal si es atacada. Pero no somos particularmente creyentes y somos sobre todo escépticos en cuanto al mensaje igualitarista, individualista y universalista de Jesús, que puede ser visto como protoizquierdista y protomulticultural», nos explica. «Contrariamente a lo que la gente suele pensar, el liberalismo y el cristianismo no están en conflicto, al contrario». Una vez afirmada la grandeza de la «raza blanca», resta pues escapar a la «disolución» demográfica y a la «catástrofe» de una sociedad multirracial, que conduce «ineluctablemente a la competencia, la envidia, el resentimiento o el genocidio», según Spencer.

POR UNA «DEPURACIÓN LENTA»

En términos de política concreta, la Alt-Right milita pues por una limitación drástica de la inmigración y por la expulsión de todos los ilegales. «Estados Unidos no es una nación de inmigrantes», escribe el jag. «Somos una nación de colonos, que decidimos después aceptar inmigrantes, luego no hacerlo y podemos decidir abrir o cerrar nuestras puertas a nuestro criterio». Greg Johnson nos explica que, a corto plazo, «un objetivo razonable sería volver a la situación anterior a 1965, cuando 90% de los estadounidenses era de origen europeo». Para ello, preconiza nada menos que una «depuración lenta», que consiste en «incitar suavemente» a los descendientes de segunda o tercera generación a regresar a su país de origen. «La gente acepta mudarse cuando pierde un empleo o cuando los alquileres son demasiado caros debido a la especulación inmobiliaria. ¿Por qué aquello que uno acepta hacer como consecuencia del capitalismo no lo haría por una razón mucho más noble e importante? El procesopuede llevar unos 50 años, pero si se lo pusiera en marcha, se sabría de ahora en más que nuestro futuro está a salvo», nos explica.

Este es el objetivo «razonable» a corto plazo. Pero Spencer y Johnson ven más lejos. Ya que, para lograr una sociedad realmente homogénea, es necesario además purgarla de sus ciudadanos negros. ¿La solución? El separatismo, con la creación de un Estado negro en el sur de eeuu. «Después de todo, ya se creó Liberia. Creo en la negociación. Debería ser posible convencer a los negros de que esta solución también los beneficia», piensa Spencer. Sería casi un alivio enterarse de que su prioridad es, sin embargo, «no tanto formular medidas precisas como promover una conciencia racial y un cambio de paradigma».

Como suele suceder, el conservadurismo, en tanto reacción a los movimientos progresistas, recoge consciente o inconscientemente las ideas o tácticas de sus adversarios. La Alt-Right no es una excepción. La «nueva derecha norteamericana», como la llama Johnson, debe imitar el recorrido de la izquierda. Explica:

tras la Segunda Guerra Mundial, la nueva izquierda renuncia a organizar un proletariado movilizado mucho más eficazmente por el fascismo y el nazismo. Se lanza pues a otro terreno: la batalla intelectual. Piensa representar los intereses de los trabajadores, pero su estrategia es elitista: se trata de influir en la clase media instruida que, a su vez, tiene una mayor influencia a través de la educación, los medios de comunicación y la cultura popular. Resultado: el comunismo está muerto, el capitalismo ha triunfado y sin embargo, en la esfera cultural, los valores antiblancos y prodiversidad de izquierda se volvieron completamente hegemónicos. ¡Debemos tratar con una oligarquía izquierdista!

La estrategia de la Alt-Right es pues actualmente «extender su soft power y convencer, a través de los textos, podcasts y videos, de que el etnonacionalismo está en el interés general».

Además de una política racial separatista, el nacionalismo blanco se traduce, en política exterior, en un aislacionismo diametralmente opuesto al imperialismo democrático y mesiánico de los neoconservadores de segunda generación que accedieron al poder después del 11 de septiembre de 2001. El trumpismo es sin duda menos categórico en el rechazo de cualquier intervencionismo militar pero, al igual que la Alt-Right, fustiga las ruinosas empresas «de exportación de la democracia» a Afganistán e Iraq. En la esfera económica, el nacionalismo blanco promueve el cuestionamiento de los tratados de libre comercio y la imposición de aranceles aduaneros proteccionistas, especialmente a los productos chinos. «El neoliberalismo (el capitalismo mundializado) y el comunismo tienen en común ser ideologías esencialmente internacionalistas», analiza un tal Dota, colaborador regular y anónimo de Alternativeright.com. «Nadie tiene la menor lealtad hacia su nación. Donde nosotros vemos naciones, los neoliberales ven mercados. Donde nosotros vemos pueblos, ellos ven mano de obra». El «capitalismo nacionalista» a la japonesa que él anhela favorece al sector privado pero «sin la obsesión por la desregulación». Para que la riqueza permanezca en la nación, retoma el modelo fordista que consiste en pagar correctamente a los trabajadores y preconiza la relocalización de la producción. En su blog Tradyouth, el tradicionalista Matthew Heimbach llega hasta considerarse «anticapitalista», aduciendo que el capitalismo es una fuerza «deshumanizante» de la que «se sirven los proglobalización para anular la identidad étnica, religiosa y cultural» de los pueblos. Citando a Noam Chomsky, considera que tras haber promovido una ideología racista para «esclavizar al Tercer Mundo», el capitalismo es actualmente antirracista para favorecer la inmigración.

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