LA LUCHA PALESTINA AL LIMITE ENTRE LA BARBARIE Y LA ESPERANZA

LA LUCHA PALESTINA AL LIMITE ENTRE LA BARBARIE Y LA ESPERANZA

Por Jamal Juma

La agresión israelí de los últimos meses ha dejado una estela de devastación. Sin embargo, y por muy desalentadora que se presente la realidad ante los palestinos, también podrían estar frente a un período de cambio.

El mes pasado ha sido poco menos que traumático para el pueblo palestino.

La masacre de Jenin, las constantes invasiones, los arrestos, las demoliciones de viviendas. 36 personas han sido asesinadas, 8 eran niños. Adam Ayyad, de quince años, era consciente de que un palestino bajo el apartheid israelí siempre es un blanco potencial. El deseo en forma de manuscrito que guardaba en un bolsillo el día que lo mataron comenzaba con estas palabras: «Había muchas cosas que deseaba poder hacer, pero vivimos en un país donde es imposible convertir tus sueños en realidad».

Los palestinos están soportando el auge al poder de uno de los gobiernos más abiertamente racistas y brutales de la historia del Estado de Israel.

En cuanto el primer ministro Netanyahu recibió la felicitación de la primera ministra fascista italiana Georgia Meloni y del primer ministro ultraderechista Victor Orbán, quien le arengó diciéndole que «los tiempos difíciles requieren líderes firmes […] Es el momento de hacer grandes cosas», y envió sus condolencias a su «querido amigo», el primer ministro indio y hombre fuerte del hindutva, Narendra Modi, el Gobierno se puso manos a la obra contra los palestinos.

La ideología racista en el centro del apartheid israelí nunca había sido proclamada de forma tan descarada y desacomplejada. El ministro de economía Bezalel Smotrich, fascista confeso, llama a los palestinos «mosquitos», y en su manifiesto, «El plan decisivo», incide en cómo dejar de «cazar mosquitos y empezar a drenar la ciénaga».

El ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, es conocido por conservar en su salón un retrato de Baruch Goldstein, quien masacró a

29 fieles palestinos e hirió a otros 125 en la masacre de Hebrón de 1994. Con todo, los palestinos no se están enfrentando solo a una ideología política despreciable, sino a sus efectos específicos en nuestra tierra y nuestras vidas.

Seamos claros, nada de lo que Israel dice o hace hoy en día es nuevo.

Asesinatos, masacres, arrestos, torturas, desplazamientos, robo de tierras y de agua. Todos estos son actos que el apartheid israelí y el colonialismo de asentamiento vienen practicando desde antiguo, y se han intensificado con los años.

La ONU declaró el año 2022 como el más mortífero para los palestinos de Cisjordania desde 2006. Las fuerzas de ocupación israelíes asesinaron a 224 palestinos en Cisjordania y 54 en la Franja de Gaza.

Más de 7.000 palestinos resultaron heridos en Cisjordania. Desde el año 2000 los asentamientos han crecido un 62% y se establecieron seis colonias ilegales adicionales. Durante el año 2022, 928 palestinos fueron desplazados e Israel anunció un plan para iniciar la mayor limpieza étnica desde 1968 con la destrucción de más de ocho pueblos palestinos en la región de Masafer Yatta, en la parte sur de Cisjordania. 2022 también ha sido el sexto año consecutivo en el que ha crecido el número de ataques por parte de los colonos israelíes, los cuales el año pasado alcanzaron niveles históricos.

El alcance y la brutalidad de los crímenes de este régimen de apartheid son abrumadores, sin bien no son sorprendentes. El régimen israelí siempre ha gozado de impunidad por todo lo que ha perpetrado hasta la fecha. Ello le ha permitido evitar cualquier restricción diplomática o de estrategia política.

Mientras la responsabilidad recae sobre la comunicad internacional, el precio a pagar recae sobre el pueblo palestino.

Sin embargo, por muy desalentadora que se presente la realidad ante los palestinos, también podríamos estar ante un período de cambio.

Dicen que la noche es más oscura justo antes del amanecer.

Una causa común contra el apartheid y la anexión Teniendo en cuenta todas las normas éticas y legales, el apartheid israelí cruzó, ya en 1948, el umbral a partir del cual se exigen acciones y sanciones internacionales ante graves infracciones de la ley internacional y de los derechos humanos, cuando el Estado se fundó sobre la masacre y la expulsión masiva de más de la mitad del pueblo palestino.

A pesar de todo, actualmente las gestiones diplomáticas siguen deplorando, condenando y exhortando a los palestinos y los israelíes a «reanudar las negociaciones para tratar la solución de dos Estados».

¿Acaso existe de verdad alguien en algún lugar que crea que existe la posibilidad de negociar, y mucho menos de conseguir justicia para los palestinos, si el Gobierno israelí no se ve forzado a ello mediante sanciones drásticas y el aislamiento internacional?

El primer ministro Netanyahu declaró la anexión como el principio fundamental de su Gobierno, reiterando que «el pueblo judío tiene el derecho exclusivo e incuestionable sobre todas las zonas de la Tierra de Israel, en Galilea, el Néguev, los Altos del Golán, Judea y Samaria (el término sionista para la Cisjordania ocupada)». El apartheid israelí está llevando a cabo el sueño sionista del «Gran Israel» de sus fundadores, potenciando la anexión de facto de Cisjordania.

Tras 56 años de ocupación el nuevo Gobierno de Israel ha integrado casi totalmente el control sobre Cisjordania a los asuntos civiles nacionales de Israel y los ha apartado del Ministerio de defensa, encargado de supervisar la ocupación militar. Itamar Ben Gvir, el ministro de la Seguridad Nacional y de la Policía, controla la represión, y Bezalel Smotrich, ministro de Economía, está ampliando la financiación para los asentamientos ilegales, con la intención de reemplazar a los palestinos indígenas, quienes son expulsados de su tierra.

Los palestinos dependen de una solución internacional que termine y castigue las anexiones y el apartheid israelíes. Es urgente que las Naciones Unidas reactiven su Comité Especial contra el Apartheid, así como otros mecanismos para combatir el apartheid, tales como sanciones legales muy orientadas, y un embargo militar completo. La Corte Penal Internacional tiene que cesar sus tácticas dilatorias y acusar a los responsables de los crímenes de guerra y los crímenes de lesa humanidad israelíes.

En este momento, detener a Israel también es en interés de la política global.

Siempre hemos sabido que la lucha por la liberación del pueblo palestino es una lucha paradigmática contra el colonialismo. Tolerar la anexión forzosa y la conquista de nuestra tierra no es tan solo un crimen contra nuestro pueblo, sino también una amenaza para todos los pueblos y su soberanía nacional, especialmente en el Sur Global.

Durante los últimos años la extrema derecha que ha venido amenazando las democracias de todo el mundo ha adoptado las políticas abiertamente racistas, represivas y militaristas de Israel como propias. La horda trumpista que invadió el Capitolio esgrimía las mismas banderas israelíes que los partidarios de Bolsonaro cuando asaltaron el Parlamento y el edificio presidencial de Brasilia. Por mucho que en Estados Unidos y a través de Latinoamérica los Gobiernos progresistas y liberales hayan ido ganando terreno, la lucha global contra las políticas extremistas, racistas y fascistas está lejos de haber terminado.

En la actualidad aceptar un régimen que predica el odio, la deshumanización, el racismo y la supremacía, mientras desmantela toda norma jurídica, es una amenaza para todos los pueblos del mundo. Sin ninguna esperanza de democracia liberal, estamos ante una amenaza para todos aquellos que creemos en o dependemos de un marco basado en los derechos humanos para nuestra supervivencia. Y eso representa al 99% de la población mundial.

Actualmente la cuestión palestina ya no consiste de modo exclusivo en la autodeterminación de un pueblo y el proyecto colonial de nuestra tierra. Se centra básicamente en la lucha por el futuro de todos nosotros.

Como palestinos, ya no podemos esperar más.

Los crímenes van en aumento mientras lees este artículo. E irá a peor.

Independientemente de que este Gobierno se mantenga o se disuelva.

Nos mantenemos firmes, desafiando la ocupación, enfrentándonos a los buldóceres, soportando la tortura y enterrando a nuestros muertos. La teoría sionista de que los mayores morirán y los jóvenes olvidarán ha resultado ser errónea gracias a la determinación y la resistencia popular del pueblo palestino. El testamento de Adam Ayyad termina con una declaración esperanzadora: «Solo espero que la gente despierte».

No lo olvidemos: lo difícil no es alzarse en contra del apartheid. Lo realmente difícil es resistírsele.

Jamal Juma’ es el coordinador general de la Campaña Popular Palestina

contra el Muro del Apartheid (Stop the Wall).

EL MITO DEL «CICLO DE LA VIOLENCIA»

Por Amjad Iraqi

¿Por qué lanzar una incursión devastadora [en el campo de refugiados y refugiadas de Jenin, el 26 de enero], para atacar a algunos grupos de militantes pero hiriendo a innumerables civiles, cuando se ha demostrado que ese método exacerba en lugar de contener la violencia?

¿Qué sentido tiene amenazar a las y los militantes con demoliciones de viviendas cuando miles de personas inocentes, incluidas las propias familias y vecinos de los militantes, están igualmente amenazadas con el mismo destino? ¿Por qué poner armas en manos de más civiles cuando ya hay un residente, soldado, oficial de policía o guardia de seguridad armado en cada calle?

La mayoría de los israelíes no se molestaron en hacer estas preguntas cuando el ejército allanó el campamento de refugiados de Jenin el jueves por la mañana, matando a 10 personas mientras causaba una destrucción masiva. Ciertamente tampoco querían plantearse estas preguntas al día siguiente, cuando un joven palestino mató a siete israelíes en el asentamiento de Neve Yaakov en Jerusalén Oriental, o cuando un niño palestino de 13 años más tarde atacó e hirió a dos colonos israelíes en el barrio de Silwan. Y apenas plantearon esas preguntas cuando, como es costumbre, el primer ministro Benjamin Netanyahu anunció las medidas habituales del gobierno para «disuadir» nuevos ataques, desde castigar a los familiares de las y los militantes hasta aprobar más licencias de armas y construir más asentamientos [colonias].

Para muchas y muchos israelíes, lo mejor es evitar tales reflexiones sobre las respuestas habituales de sus líderes para preservar una visión del mundo simple y rígida: las y los palestinos nos odian sin razón, nos atacan sin motivo, por lo que no tenemos más remedio que aplastarles. Las y los israelíes más críticos pueden por el contrario lamentarse con el desgastado aforismo de un «ciclo de violencia», tratando de establecer cierta paridad moral de responsabilidad y daño entre las dos partes.

Pero aquí no hay «ciclo». De la violencia estructural a la física, la violencia es una experiencia constante y diaria para las y los palestinos, y mucho menos para las y los israelíes judíos. Pocos medios de comunicación, por ejemplo, gastaron tinta en el hecho de que alrededor de 30 palestinos ya han sido asesinados el mes pasado, y si lo hicieron, solo se invocó a la luz de los asesinatos de israelíes el fin de semana pasado. Muchos israelíes no habrían oído que, el sábado por la noche, los colonos prendieron fuego y destruyeron propiedades palestinas en toda la Cisjordania ocupada, un pretendido “precio que hay que pagar» que, por otra parte, ya se inflige a las aldeas cada semana. Sin embargo, gracias a la jactancia de los funcionarios del gobierno, pueden haber visto que las fuerzas israelíes están demoliendo actualmente múltiples casas en los barrios palestinos de Jerusalén, sin importar si los propietarios tienen o no alguna conexión con los recientes asesinatos.

El mito según el cual la violencia perjudica por igual a palestinos e israelíes oculta aún más el hecho de que una parte en realidad tiende a beneficiarse de este «ciclo» a expensas de la otra. La violencia es tanto un medio como un pretexto para que las autoridades territoriales israelíes destruyan los barrios palestinos y expandan los asentamientos judíos, como está sucediendo ahora en Jerusalén; o para que los políticos israelíes, incluidos Netanyahu e Itamar Ben Gvir, muestren a sus electores que están convirtiendo su retórica agresiva en acción; o para que los hasbaristas [defensores de la defensa propagandista y “explicativa” de la política israelí frente a cualquier tipo de puesta en cuestión] conciten simpatía internacional detrás de Israel y sus acciones militares; o para el público israelí de convencerse de que un régimen etno-nacionalista [referencia a la ley sobre el Estado-nación del pueblo judío adoptada en julio de 2018] está justificado y es necesario.

Estos frutos de la violencia, en pocas palabras, se derivan de la asimetría flagrante del poder que se encuentra en el corazón de este supuesto «conflicto». Con recursos masivos e impunidad perpetua, una parte es capaz de aislarse física y psicológicamente de las formas inhumanas con las que domina a la otra. Por lo tanto, las y los palestinos se ven obligados a vivir bajo el peso de ser considerados “asesinables», dicho de otra forma, objetos anónimos y desechables a los que se les puede infligir cualquier violencia sin pestañear. Es revelador que la conciencia internacional de la muerte y el sufrimiento palestinos, si la hay, a menudo depende de que se haga algún daño al otro lado; desde la cobertura de los principales medios de comunicación hasta las condolencias de los diplomáticos, las y los israelíes siempre son lo primero.

Este desequilibrio de fuerzas se encuentra en el corazón de una diferencia fundamental en la forma en que cada parte tiende a hablar sobre la violencia del otro: cuando las y los palestinos ponen de relieve la brutalidad israelí, están exigiendo el fin de su opresión; cuando los israelíes señalan la violencia palestina, generalmente es para justificar esa opresión. Es otro eslabón de la cadena que las y los palestinos están tratando de romper: la percepción internacional según la cual su vida solo cuenta si su colonizador lo decide [sin siquiera mencionar la inexistencia de millones de personas palestinas, de facto apátridas, que residen en campos de refugiados y refugiadas].

Amjad Iraqi es editor y escritor de la revista +972. También es analista de políticas en el think tank Al-Shabaka, y anteriormente fue coordinador de defensa en el centro legal Adalah. Además de +972, sus escritos han aparecido en la London Review of Books, The Nation, The Guardian y Le Monde Diplomatique, entre otros. Es un ciudadano palestino de Israel, residente en Haifa.

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