EL MEDITERRÁNEO, SOL Y PLAYA Y EL MAYOR CEMENTERIO DEL MUNDO

EL MEDITERRÁNEO, SOL Y PLAYA Y EL MAYOR CEMENTERIO DEL MUNDO

EL MEDITERRÁNEO, SOL Y PLAYA Y EL MAYOR CEMENTERIO DEL MUNDO

LOS NÚMEROS CRECEN Y CRECEN Y ESTE AÑO YA SON MÁS DE 1.400

Alexis Rodríguez-Rata

Angela Merkel se reúne con sus colegas europeos en una reunión informal. Llega a un acuerdo. ‘Es más de lo que confiaba en lograr’ dice. Pero la coalición de gobierno germana tambalea: sus socios bávaros lo consideran ‘no satisfactorio’. Dimite el ministro de Interior, Horst Seehofer, socialcristiano, del partido hermano. Luego recapitulará. Entre tanto, el sur respira aliviado… Y mientras tanto, el verdadero protagonista del acuerdo mira de lejos –cada vez en mayor número y en peores condiciones– sumido en la retahíla de barcos de socorro que las ONGs operan en el Mediterráneo sin puerto a la vista que le dé la bienvenida. Primero le ocurrió a los refugiados. Hoy, de nuevo, a los inmigrantes. En el durante sigue como escenario el Mare Nostrum y los países que con él hacen frontera y desde los que la polémica migratoria avanza hacia el centro de Europa. España, Italia, Grecia; el centro del Viejo Continente los mira desconfiado a la vez que una extensa frontera ribereña con África y Oriente Medio, como dice Elena Sánchez-Montijano, la investigadora principal sobre Migraciones del CIDOB, es ya “no el mayor cementerio de Europa, sino del mundo”.

Los precarios datos que hay lo certifican. Es acudir a la web del proyecto Missing Migrants de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y ver cómo el globo del drama en el Mediterráneo se hincha como ninguno otro –y eso que, como insisten los académicos, sólo se incluye a las personas que se han podido contabilizar gracias a que, en el momento del desastre, hubo testigos. Traducción: ‘Debe ser muy por debajo de la realidad, como en el Sahara’.

Hace pocos días, de hecho, se publicaba la noticia de que Argelia había abandonado en el desierto a 13.000 inmigrantes. 13.000. Trece mil. Escriba como se escriba, hablamos de miles.

Y si en paralelo se incluye, como relata la misma Sánchez-Montijano, que la decisión de quien emprende el viaje a través del desierto y el mar es eminentemente familiar en base a la perspectiva de quien, precisamente, puede hallar un trabajo de forma más rápida y sencilla y enviar así remesas a su país de origen, no es difícil adivinar que el perfil de las víctimas en el Mediterráneo –por miles ya en lo que llevamos de 2018– son, en su gran mayoría, “hombres y jóvenes, porque tienen una capacidad de adaptación mucho mejor”.

LA INMIGRACIÓN QUE ‘SÓLO GOLPEABA AL SUR’

Los números crecen y crecen. La extrema derecha alza la voz. Los más solidarios piden reaccionar. Y el espacio Schengen convierte la inmigración ilegal en una cuestión europea desde el momento en que es posible moverse sin un control fronterizo.

La guerra en Siria encendía la mecha en el verano de 2015. Desde el este llegaban riadas de refugiados; familias enteras cruzando los Balcanes, apuntando al centro del Viejo Continente y despertando suspicacias. La llamada “crisis” migratoria de 2015 llega a inundar los telediarios de toda Europa. Pero en 2005 ya llegaban cayucos y pateras a Italia y España, que pedían e imploraban ayuda a Europa, sin respuesta. “Así, la cuestión es cuándo Europa le ha hecho caso, que es cuando llega al centro. No hasta entonces”, incide Sánchez-Montijano.

Pablo González

Ahora que estos se han reducido al mínimo tras el acuerdo de la Unión Europea con Turquía, la actualidad la ocupan los inmigrantes del África subsahariana. El mar Egeo pierde protagonismo y vuelve el sur. El estrecho de Gibraltar. También las costas de Libia. Lo que, como insisten los expertos, se mantendrá en el medio y el largo plazo porque, por ejemplo, en Túnez, uno de los países más desarrollados de la ribera sur del Mediterráneo, cerca de la mitad de la población joven se muestra dispuesta a emigrar; la mayoría por la falta de oportunidades laborales como razón principal –pero no la única.

En América, en el siglo XIX y a principios del XX, los inmigrantes fueron bienvenidos; hoy hacen frente a reglas de hierro, prohibiciones, alambradas y muros. Sin embargo, es probable que la debilidad demográfica de Europa continúe atrayendo flujos migratorios sustanciales en las próximas décadas”, concluye Massimo Livi Bacci, profesor emérito de Demografía de la Universidad de Florencia.

También porque, como añade Valeria Bello, profesora de Sociología Política de la Universidad de las Naciones Unidas, “hoy muchas migraciones son ‘forzadas’, por guerras, inestabilidades importantes en algunos lugares del planeta, pobreza extrema o el cambio climático, factores que muy a menudo están entrelazados entre sí”. Y a lo que se une, ante la falta de canales regulares, el protagonismo de contrabandistas y traficantes de forma que “esas personas llegan con aún más traumas a los países de destino. Eso también significa que los países de recepción de los inmigrantes tienen más complicaciones al gestionar las llegadas; lo que aumenta a su vez los prejuicios hacia los migrantes, por ejemplo, al decir que conllevan cargas para el Estado y los servicios públicos”, señala.

En la última crisis, Europa se ha centrado en cómo gestionar lo que ha llegado a puerto, con una solución de compromiso ‘triple’: centros para extranjeros en África; centros en los países de llegada donde ya existen; nuevos centros en aquellos países que, de forma voluntaria y financiados por Europa, quieran acoger a inmigrantes. Y todo ello para dejar las cuotas del pasado por pasado.

La solución a una “crisis”, o “emergencia”, que, como recuerdan los expertos, desde los 90 se une a la ‘securitización’ de las migraciones, con inmigrantes ilegales que al llegar son llevados a centros de internamiento parecidos a prisiones (en España, los llamados CIEs), pasan controles de seguridad similares a los aplicados a la criminalidad y utilizando palabras como las que inician este párrafo, de contorno más negativo que positivo.

El periodista Pablo González decía: Pero mientras los gobiernos debaten cuál es su aplicación práctica y se esperan sus resultados tangibles, el número de víctimas en el Mediterráneo, que en los últimos años había venido reduciéndose, en este 2018 aumenta.

Quizá por ello a nadie se le escapa que el primer viaje de todo presidente español suele ser a su vecino del sur, Marruecos, durante años por los acuerdos agrícolas, o de pesca, comerciales, etc. Ya desde el periodo de José María Aznar (1996-2004) también por la cuestión migratoria (coincidiendo de hecho con el periodo en el que el país vive un ‘boom’ económico, que acabará en crisis años después). Acuerdos que después se han aplicado con Mauritania. O Italia con Libia. Y que hoy replica en conjunto Europa.

LLEGAN, EN CAMBIO, NUEVOS DISCURSOS.

El grito se extiende entre sociólogos, politólogos, historiadores… Discuten de la vuelta (o no) de lo visto en los años 30 del siglo XX, hablar de hacer listas de miembros de la comunidad gitana en Italia, de penar con la cárcel a quien ayude a los inmigrantes en Hungría (sean ilegales, refugiados o solicitantes de asilo), de la certeza de que en la Unión Europea el llamado grupo de Visegrado (Polonia, República checa, Hungría y Eslovaquia) afirma con los hechos las diferentes velocidades del proyecto de integración, boicoteando incluso en lo simbólico cualquier solución europea.

“Los prejuicios nutren a movimientos políticos que hacen de estos y de la xenofobia (el miedo hacia la diversidad) su fuente de votos. Muy a menudo, además, los juntan con discursos racistas, y desde el prejuicio y la xenofobia llegamos al racismo y al racismo de Estado, institucional, el más peligroso, porque discrimina por categorías, como pasó con los judíos y los gitanos en uno de los momentos más oscuros de la vida sociopolítica del hombre, cuando surgió el nazifascismo. El prejuicio y no las migraciones son la real amenaza a la seguridad global”, concluye Bello.

EL MAR MEDITERRÁNEO, UN CEMENTERIO QUE DEJA EN EVIDENCIA A LA UNIÓN EUROPEA

Es inadmisible que la Unión Europea haya puesto fin al apoyo marítimo de la Operación Sophia, que desde 2015 ha tenido como objetivo luchar contra el tráfico de personas y la migración irregular. A partir de este mes de abril se ha terminado con la cobertura marítima a una operación que ha ayudado a rescatar a más de 45.000 personas en el Mar Mediterráneo en 4 años. Ahora la capacidad de rescate se reduce a la vigilancia aérea, por lo que se convierte en una operación sin buques, y a la coordinación con la Guardia Costera de Libia, país conocido por la sistemática violación de los derechos humanos de las personas migrantes y solicitantes de protección internacional que se encuentran allí detenidas.

Los gobiernos europeos han ido reduciendo su voluntad de solucionar el drama humanitario a la par que avanzan las posiciones políticas de extrema derecha en los Estados: tras la Operación Mare Nostrum, que rescató a alrededor de 100.000 personas en el Mediterráneo, emerge la Operación Tritón, más centrada en la captura de traficantes que en el rescate de migrantes; posteriormente, llegaría la Operación Sophia, con el mismo objetivo que Tritón. No obstante, y a pesar de ser misiones de carácter militar, teniendo una función centrada en la lucha contra la migración irregular, sus barcos han rescatado a miles de personas.

El triunfo de los populismos en Italia, pretendiendo asociar estas operaciones de asistencia humanitaria a una especie de ejercicio de buenismo, ha propiciado que la Operación Sophia se quede sin barcos, por lo que la hace inviable en los seis meses que le quedan de vigencia, a pesar del apoyo de gobiernos como España y Francia. La negativa de Italia para autorizar el desembarco de las personas rescatadas por diferentes buques en sus costas, anula la capacidad de rescate de la operación en el Mediterráneo.

La externalización de las obligaciones europeas en favor de la cooperación y entrenamiento de la Guardia Costera de un país como Libia cuestiona el compromiso de la propia Unión con sus valores de respeto a la dignidad humana y en favor de los derechos humanos recogidos en el Tratado de Lisboa y en la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE. Europa cede la vigilancia de sus valores y principios a un Estado fallido, un lugar en el que “las personas migrantes, refugiadas y solicitantes de asilo son sometidas de manera generalizada a graves abusos y violaciones de derechos humanos por funcionarios de centros de detención, la Guardia Costera libia, contrabandistas de personas y grupos armados”, tal y como denuncia Amnistía Internacional.[1] 

Existen, además, centros ilegales controlados por grupos armados delictivos como parte del negocio de tráfico de personas, donde, además de abusos, se venden personas como esclavas. Human Rights Watch también ha denunciado[2] la práctica de la Unión de entrenar y equipar a la Guardia Costera libia para prevenir la llegada de personas migrantes a las costas europeas, manifestando que las condiciones inhumanas en las que se encuentran las personas migrantes que son interceptadas en el mar, a su llegada a los centros de detención incluyen abusos, y que aquellas que se encuentran en manos de traficantes sufren violaciones sexuales grupales, torturas hasta la muerte, y otras agresiones, sin que exista intervención o protección por parte de las débiles fuerzas del orden libias.  

Libia no es parte de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 y no cuenta con una legislación interna en materia de protección internacional. No existe, por tanto, asilo o refugio en dicho país. ACNUR afirma que no puede considerarse a Libia como un tercer país seguro con relación a la protección internacional, y manifiesta que tampoco puede entenderse que Libia es un lugar seguro a efectos del desembarco de buques de rescate conforme al derecho internacional marítimo.[3] Así lo considera también el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, quien, en 2012 declaró que el retorno de personas migrantes a Libia les expuso a tratos prohibidos por el Convenio Europeo de Derechos Humanos.

Las muertes de personas migrantes en la ruta central del Mar Mediterráneo donde se desarrolla la Operación Sophia se han reducido en números absolutos por la lógica de la reducción de llegadas (de 181.000 en 2016 a 23.300 en 2018), pero la proporción de personas muertas va en aumento, (2016: una de cada cuarenta; 2017: una de cada treinta y una; 2018: una de cada dieciséis; 2019: una de cada tres). Este es el resultado de ceder a la extrema derecha la hoja de ruta en materia de política migratoria. 

La falta de una respuesta coordinada, uniforme, y a largo plazo, basada en el principio de solidaridad y protección de los derechos humanos, está convirtiendo al Mar Mediterráneo en un cementerio, dejando en evidencia a la Unión Europea y a sus Estados miembros.

 Ignacio Hernández.

Departamento de Alianzas, Incidencia e Internacional de Fundación Cepaim.

[1] Amnistía Internacional, Amnistía Internacional: Informe 2017/2018, La situación de los derechos humanos en el mundo, febrero 2018, disponible en: https://bit.ly/2ODQq4U [Consultado el 2 de abril de 2019].

[2] Human Rights Watch (HRW), Lybia, Events of 2018, disponible en: https://bit.ly/2WGhWBG [Consultado el 2 de abril de 2019].

[3] UN High Commissioner for Refugees (UNHCR), UNHCR Position on Returns to Libya – Update II, septiembre de 2018, disponible en: https://bit.ly/2XbNgcl [Consultado el 2 de abril de 2019].

EL MEDITERRÁNEO, CEMENTERIO DE POBRES

Mientras la culta Europa mira hacia otro lado, miles de subsaharianos mueren ahogados en las aguas de un mar cuya historia está cargada de acontecimientos. Tres civilizaciones, dirá Braudel, han confluido en su articulación política, dando vida a personajes, proyectos de dominación y desencuentros. Ha sido campo de guerra, de control imperial. Ha enfrentado a Occidente, Roma y Grecia; cristianos, ortodoxos, y musulmanes. Hoy es un cementerio de indigentes. La aporofobia: miedo, rechazo, aversión a los pobres se apodera de las clases dominantes de la Europa mediterránea. Miles de emigrantes viven una tragedia, huyen del hambre, la tortura, guerras civiles, canallas, operaciones humanitarias organizadas por la OTAN y los países civilizados, Libia sin ir más lejos. Ingenuos, piensan ser recibidos con los brazos abiertos, tal y como reza el nombre de uno de los barcos que los ha recogido en alta mar: Open Arms. Sin embargo, no son bienvenidos por los gobiernos y autoridades. Provienen de una patera, no de yates o cruceros que hacen la ruta turística por un Mediterráneo donde todo es maravilloso. De ser sus ocupantes los damnificados nadie recriminaría la acción de salvamento. Pero los sobrevivientes son pobres, sus historias irrelevantes. No pertenecen a la beatiful people, ni beben champagne, ni poseen generosas cuentas bancarias. Deberían haber muerto, no tienen derecho a una vida digna. Constituyen un problema. El mismo que enfrentó el Ocean Viking, barco fletado por Médicos sin Fronteras y SOS Mediterranée, con 356 personas rescatadas a bordo, que no tenía donde atracar. Sus ocupantes son apestados. Para justificar su rechazo se les estigmatiza, si se les acoge otros vendrán a continuación, produciéndose un efecto llamada. Hay que ser inflexibles. Su destino es ahogarse o la repatriación.

Esta Europa, cuna del renacimiento, orgullosa de practicar los derechos civiles y las libertades públicas, con un Parlamento y tribunales que velan por el mantenimiento y respeto de los derechos humanos, discrimina entre náufragos ricos e inmigrantes pobres. Sus fragatas vigilan para evitar la llegada de indeseables: dicen defender el derecho internacional y a occidente. No hay trabajo, primero los nuestros. Fomentan el miedo y el racismo. Los rescatados son pobres, constituyen un peligro. Se convierten en inmigrantes indocumentados, potenciales asesinos, ladrones, agentes del islam. Si por un casual, alcanzan las costas son confinados en centros de acogida, verdaderas cárceles. Se les insulta, desprecia y acusa de mentir. Vienen a perturbar la paz, pobres de solemnidad, negros y musulmanes.

El ex vicepresidente mundial de Coca Cola, anterior director en España, diputado y miembro de la ejecutiva de Ciudadanos, el más acaudalado de los 350 legisladores, Marcos de Quinto, se refirió a los rescatados por el Open Arms como bien comidos pasajeros. Vox pide la incautación del barco y acusa a la ONG Proactiva de favorecer la inmigración ilegal, uso fraudulento de las leyes del mar y complicidad con las mafias internacionales del tráfico de personas. El Partido Popular, acusa al gobierno de improvisación, favorecer el efecto llamada y alentar a las mafias. Más de lo mismo. En Italia, Matteo Salvini, en Francia Marie Le Pen, despliegan los mismos argumentos. Hay acuerdo, practican la aporofobia.

Han destruido países con guerras canallas, pero eluden responsabilidades. La crisis del barco Open Arms, como la crisis del Aquarius en 2018 y ahora el Ocean Viking, demuestra como las vidas humanas y el rescate en alta mar pasan a segundo plano. Todos se tiran la pelota. A Italia le vienen bien los exabruptos xenófobos y racistas de su ministro de Interior Matteo Salvini. El barco podía haber atracado, pero esperó 19 días. Se jugó con la desesperación de los sobrevivientes. Mientras, España desojaba la margarita. Todos criticando al gobierno y el gobierno criticando a Italia. Italia denunciando a la Unión Europea y la derecha sacando partido. Poco importa el sufrimiento de personas que han sido torturadas, violadas, con familias asesinadas y quemadas en su presencia. Sólo en 2017 se ahogaron 2 mil 835 personas cuando intentaban cruzar el mar desde Libia, según los datos de la Organización Internacional para las Migraciones.

Desde Libia o Sudán, la historia es recurrente. Así relata a Médicos Sin Fronteras un joven de 16 años su experiencia antes de ser rescatado: Salí de Sudán después que un grupo armado matara a mi padre (…) Tarde siete días en cruzar el Sahara (…) Traté de cruzar dos veces, pero fui capturado por la Guardia Costera de Libia (…) Estaba en Tayura cuando el Centro de detención fue bombardeado. Mucha gente murió. Logre escapar (…) puedes ver las cicatrices en los pies. Corrí descalzo por las llamas (…) quiero ir a Europa; donde se respeten los derechos humanos, donde me traten como un ser humano y donde pueda encontrar trabajo… Y Yuka Crickmar, técnica de asuntos humanitarios de MSF remata: Cada persona con la que he hablado ha sido encarcelada, ha sufrido extorsión, ha sido forzada a trabajar en condiciones de esclavitud o tortura. También he visto las cicatrices (…) cuando miro sus ojos queda claro por lo que han pasado estas personas. Me decían que estaban listas para morir en el mar, en lugar de pasar otro día más sufriendo en Libia.

Son pobres, existen para ser explotados y extraditados al infierno. No han ganado el primer millón de euros en YouTube, ni son influencers. ¿Para qué rescatarlos? Esta es la verdadera Europa humanitaria. No nos engañemos.

Mientras la culta Europa mira hacia otro lado, miles de subsaharianos mueren ahogados en las aguas de un mar cuya historia está cargada de acontecimientos. Tres civilizaciones, dirá Braudel, han confluido en su articulación política, dando vida a personajes, proyectos de dominación y desencuentros. Ha sido campo de guerra, de control imperial. Ha enfrentado a Occidente, Roma y Grecia; cristianos, ortodoxos, y musulmanes. Hoy es un cementerio de indigentes. La aporofobia: miedo, rechazo, aversión a los pobres se apodera de las clases dominantes de la Europa mediterránea. Miles de emigrantes viven una tragedia, huyen del hambre, la tortura, guerras civiles, canallas, operaciones humanitarias organizadas por la OTAN y los países civilizados, Libia sin ir más lejos. Ingenuos, piensan ser recibidos con los brazos abiertos, tal y como reza el nombre de uno de los barcos que los ha recogido en alta mar: Open Arms. Sin embargo, no son bienvenidos por los gobiernos y autoridades. Provienen de una patera, no de yates o cruceros que hacen la ruta turística por un Mediterráneo donde todo es maravilloso. De ser sus ocupantes los damnificados nadie recriminaría la acción de salvamento. Pero los sobrevivientes son pobres, sus historias irrelevantes. No pertenecen a la beatiful people, ni beben champagne, ni poseen generosas cuentas bancarias. Deberían haber muerto, no tienen derecho a una vida digna. Constituyen un problema. El mismo que enfrentó el Ocean Viking, barco fletado por Médicos sin Fronteras y SOS Mediterranée, con 356 personas rescatadas a bordo, que no tenía donde atracar. Sus ocupantes son apestados. Para justificar su rechazo se les estigmatiza, si se les acoge otros vendrán a continuación, produciéndose un efecto llamada. Hay que ser inflexibles. Su destino es ahogarse o la repatriación.

Esta Europa, cuna del renacimiento, orgullosa de practicar los derechos civiles y las libertades públicas, con un Parlamento y tribunales que velan por el mantenimiento y respeto de los derechos humanos, discrimina entre náufragos ricos e inmigrantes pobres. Sus fragatas vigilan para evitar la llegada de indeseables: dicen defender el derecho internacional y a occidente. No hay trabajo, primero los nuestros. Fomentan el miedo y el racismo. Los rescatados son pobres, constituyen un peligro. Se convierten en inmigrantes indocumentados, potenciales asesinos, ladrones, agentes del islam. Si por un casual, alcanzan las costas son confinados en centros de acogida, verdaderas cárceles. Se les insulta, desprecia y acusa de mentir. Vienen a perturbar la paz, pobres de solemnidad, negros y musulmanes.

El ex vicepresidente mundial de Coca Cola, anterior director en España, diputado y miembro de la ejecutiva de Ciudadanos, el más acaudalado de los 350 legisladores, Marcos de Quinto, se refirió a los rescatados por el Open Arms como bien comidos pasajeros. Vox pide la incautación del barco y acusa a la ONG Proactiva de favorecer la inmigración ilegal, uso fraudulento de las leyes del mar y complicidad con las mafias internacionales del tráfico de personas. El Partido Popular, acusa al gobierno de improvisación, favorecer el efecto llamada y alentar a las mafias. Más de lo mismo. En Italia, Matteo Salvini, en Francia Marie Le Pen, despliegan los mismos argumentos. Hay acuerdo, practican la aporofobia.

Han destruido países con guerras canallas, pero eluden responsabilidades. La crisis del barco Open Arms, como la crisis del Aquarius en 2018 y ahora el Ocean Viking, demuestra como las vidas humanas y el rescate en alta mar pasan a segundo plano. Todos se tiran la pelota. A Italia le vienen bien los exabruptos xenófobos y racistas de su ministro de Interior Matteo Salvini. El barco podía haber atracado, pero esperó 19 días. Se jugó con la desesperación de los sobrevivientes. Mientras, España desojaba la margarita. Todos criticando al gobierno y el gobierno criticando a Italia. Italia denunciando a la Unión Europea y la derecha sacando partido. Poco importa el sufrimiento de personas que han sido torturadas, violadas, con familias asesinadas y quemadas en su presencia. Sólo en 2017 se ahogaron 2 mil 835 personas cuando intentaban cruzar el mar desde Libia, según los datos de la Organización Internacional para las Migraciones.

Desde Libia o Sudán, la historia es recurrente. Así relata a Médicos Sin Fronteras un joven de 16 años su experiencia antes de ser rescatado: Salí de Sudán después que un grupo armado matara a mi padre (…) Tarde siete días en cruzar el Sahara (…) Traté de cruzar dos veces, pero fui capturado por la Guardia Costera de Libia (…) Estaba en Tayura cuando el Centro de detención fue bombardeado . Mucha gente murió. Logre escapar (…) puedes ver las cicatrices en los pies. Corrí descalzo por las llamas (…) quiero ir a Europa; donde se respeten los derechos humanos, donde me traten como un ser humano y donde pueda encontrar trabajo… Y Yuka Crickmar, técnica de asuntos humanitarios de MSF remata: Cada persona con la que he hablado ha sido encarcelada, ha sufrido extorsión, ha sido forzada a trabajar en condiciones de esclavitud o tortura. También he visto las cicatrices (…) cuando miro sus ojos queda claro por lo que han pasado estas personas. Me decían que estaban listas para morir en el mar, en lugar de pasar otro día más sufriendo en Libia.

Son pobres, existen para ser explotados y extraditados al infierno. No han ganado el primer millón de euros en YouTube, ni son influencers. ¿Para qué rescatarlos? Esta es la verdadera Europa humanitaria. No nos engañemos.

Artículo publicado originalmente en La Jornada

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