Estados Unidos no ha perdido influencia en el mundo pero ya no decide a solas su destino. Otras potencias han ascendido, como China y Rusia. Sus problemas internos marcarán el futuro.
Los 320 millones de estadounidenses que hay en el mundo se sienten en estos momentos bastante ridículos. La nación más poderosa de la Tierra ha perdido una guerra contra unos guerrilleros que van en chanclas. “Si alguna vez os sentís inútiles, recordad que se necesitaron 20 años, billones de dólares, y cuatro presidentes de EEUU para reemplazar a los talibanes por los talibanes”, escribía Trevor Coult, un veterano británico que combatió en ese país.
Leer los análisis que aparecen por doquier es para deprimir hasta el estadounidense más animoso. “Existe un temor generalizado de que los últimos 20 años, las decenas de miles de vidas perdidas y los 2 billones de dólares gastados, hayan sido en vano”, escribía Julian Borger en ‘The Guardian’. El exministro griego Yanis Varoufakis escribía en su cuenta en Twitter sobre la retirada de EEUU: «El día en que el colonialismo liberal neocon fue derrotado para siempre».
Muchos artículos han titulado con las palabras como “el imperio norteamericano está en decadencia”, “le llegó su hora”, “el fin del superpoder de EEUU en el mundo” y dentro de poco se cumplirá la maldición de Tucídides, según la cual la potencia ascendente sustituirá a la potencia descendente. China batirá a EEUU.
Antes de dejarse llevar por esas narraciones, convendría tener en cuenta algunos datos. Desde el punto de vista militar, EEUU tiene en estos momentos 800 bases militares en el mundo (dos de ellas en España). La maquinaria de guerra estadounidense es la número 1 del mundo, según la web Global Fire Power, que incluye en su índice desde las armas, hasta la logística, las fuerzas navales y los recursos financieros, entre otras cosas. Posee 71 submarinos nucleares, más del doble que Rusia, que es la segunda en el ranking, y la mayor flota de portaviones.
Para EEUU dar por terminada su misión en Afganistán es como si una multinacional cerrase su sucursal en Bélgica porque era ruinosa. EEUU ha perdido unos 2.400 soldados en Afganistán en 20 años. En la Guerra de Vietnam perdió 58.000 en quince años, veinte veces más. En la Segunda Guerra Mundial perdió casi 300.000 soldados en cuatro años. Solo en el desembarco de Normandía EEUU perdió 4.400 hombres, más soldados que en Afganistán. La relación muertos/años de guerra es una de las más bajas de su historia.
De los dos billones de dólares que le ha costado la guerra, unos 800.000 millones han sido para sostener a sus tropas. En ese periodo ha tenido tiempo de probar nuevas armas como la bomba GBU-43B, llamada «la madre de todas las bombas» que perfora el terreno a niveles jamás logrados. También puso en marcha el avión AC-130J que está cargado con tanta maquinaria de combate que parece salido de algún episodio de ‘Los Vengadores’. El ejército de EEUU tiene en pruebas a robots, armas láser e ingenios de guerra que cambiarán la guerra del futuro.
En el terreno espacial no hay nación que le haga sombra a Estados Unidos. Han logrado construir unos cohetes que van y vuelven sin un rasguño y se pueden volver a utilizar. Es el único país que ha llegado con hombres a la Luna y que pondrá un pie en Marte tarde o temprano. Y a lo mejor no lo hace el Gobierno ni la NASA, sino una empresa privada.
En la lista de las mejores universidades del mundo, las de EEUU copan los primeros puestos a una notable distancia de las demás. Lo mismo pasa con las escuelas de negocios, pues Harvard, MIT, Wharton y Stanford siguen estando entre las primeras.
De las cuatro vacunas aceptadas como las mejores contra el Covid, tres son de EEUU. La rusa, la China y la cubana generan muchas dudas.
La carrera por fabricar vehículos eléctricos en gran escala la empezó Estados Unidos con los Tesla. La revolución en la telefonía inteligente nació en EEUU con el iPhone 1. Apple es la compañía de mayor valor de mercado de la historia: más de 2 billones de euros. De las diez mayores empresas del mundo por valor en bolsa, siete son estadounidenses.
La influencia y el liderazgo tecnológico de EEUU sobre el resto del mundo es algo que se puede palpar abriendo el correo electrónico: gmail, yahoo, outlook son norteamericanas. El programa informático más extendido del mundo procede de Microsoft, con sede en Seattle.
En el mundo de la investigación científica, EEUU está a la cabeza desde hace mucho tiempo: es el país con mayor numero de premios Nobel en todas las áreas del conocimiento. En economía su ventaja es aplastante. También es el país con mayor cantidad de documentos científicos publicados en los últimos cinco años, según SJR (Scimago Journal Country Rank). Y es el país que inscribe más patentes registradas en 2020 (fueron 196.443), casi cuatro veces más que el segundo, Japón.
Los movimientos sociales que ahora están haciendo temblar las estructuras de los sistemas en Europa como el #MeToo, o el Black Lives Matter nacieron en EEUU no hace muchos años.
En el mundo de la cultura, EEUU sigue siendo el faro: las series de televisión estadounidenses fueron las más vistas en 2020. Lo mismo sucede con los estrenos en las salas de cine. Los hitos musicales más populares en Spotify a escala mundial están copados por cantantes de EEUU. Desde libros de ficción hasta libros de divulgación, la predominancia de Estados Unidos es aplastante.
Los movimientos sociales que ahora están haciendo temblar las estructuras de los sistemas en Europa como el #MeToo, el woke o el Black Lives Matter nacieron en EEUU no hace muchos años. Y la influencia de la ‘alt-right’ (derecha alternativa) en el mundo también es innegable. Todos esos movimientos tomaron impulso en los últimos diez años.
Si el inglés es el lenguaje del mundo de los negocios no fue por la capacidad de influencia del imperio británico en sus tiempos, sino por la presencia de los productos de EEUU en el mundo. El segundo idioma más estudiado en el mundo es el inglés. Si un documento científico quiere aumentar su impacto tiene que estar escrito en inglés.
Los norteamericanos han cambiado los hábitos de comer, de beber y de vestir del planeta. Las franquicias americanas de comida rápida siguen creciendo en todos los países, incluso en aquellos que teóricamente les desafían como China. Los chinos adoran Kentucky Fried Chicken porque se acerca más a sus gustos que las hamburguesas. El mayor Pizza Hut del mundo está en Xiamen, una ciudad de tres millones de habitantes. El mayor Starbucks está en Shanghai.
El rap y el hip hop latino que triunfa en esos países y en España es de raíces afroamericanas. Pero también el k-pop coreano. En su libro «Soul in Seoul: Música popular afroamericana y K-Pop», Crystal Anderson, profesora afiliada de estudios coreanos de la Universidad George, afirma que cuando comenzó el K-pop, los grupos se inspiraron en artistas de hip-hop y Rythm and Blues de la década de 1990, y que esa tendencia continúa en la actualidad.
La lista de deportes inventados en EEUU se amplía cada cierto tiempo: desde el basketball, al volleyball, pasando por el snowboard, el windsurfing, el ski acuático, y ya más recientemente, el skateboarding, que se ha convertido en disciplina olímpica en los Juegos de Tokio de este año 2021.
EEUU es el país que más dinero da en ayuda exterior. En 2021 ya ha dado más de 47.000 millones de dólares a través del departamento USAID. El primer receptor ha sido Afganistán, según la web concernusa.org, y esa ayuda no va a los gobiernos sino a las ONG, al cual han ido 4.900 millones.
La mayor parte de los análisis orientados al “fin de le hegemonía de EEUU” han estado sesgados por la falsa percepción de que lo último es lo que marca la línea. Es el mismo sesgo que se dio tras el fin de la guerra de Vietnam. Pero tras el fin de esa guerra, Vietnam no supuso un enemigo económico ni político para Estados Unidos. Todo lo contrario: Vietnam fue abandonando el comunismo, y hoy permite la empresa privada y la presencia de multinacionales norteamericanas como IBM o Procter&Gamble. Ellos sí tendrían que preguntarse: ¿para qué sirvió una guerra que mató a un millón de vietnamitas? Los chinos también podrían hacerse esa pregunta: “¿Para qué sirvió el maoísmo y sus 60 millones de muertos por hambre y persecuciones si al final nos encanta el capitalismo?”.
Otro sesgo de los analistas procede de percibir a EEUU como el eje del capitalismo depredador. Hace tiempo que tenían ganas de celebrar el fin de la hegemonía americana. Pero el poder económico y financiero estadounidense no se ha visto mermado. Nueva York es el centro de las finanzas mundiales, para bien o para mal. En Afganistán EEUU solo ha perdido sobre todo su prestigio. Un prestigio que se puede recuperar cuando EEUU intervenga en otro conflicto a petición del mundo, y que lo resuelva como los hizo con la Guerra de los Balcanes, con la de Kosovo, o cuando eliminó el ISIS de Siria.
También se podría hablar del sesgo del débil. Los más débiles celebran que el más fuerte tropiece y se caiga. El abogado Antonio Garrigues Walker lo suele definir así: “Se odia a EEUU porque es el más fuerte, y la gente odia al más fuerte”.
Incluso cabe aquí el sesgo del relato o “the narrative fallacy”. Fue el sesgo que acuñó el financiero Nassim Taleb en su libro “Cisne negro” para describir cómo los inversores se montan películas para justificar los hechos. “Nos gustan las historias, nos gusta resumir y nos gusta simplificar, es decir, reducir la dimensión de las cosas”, dice Taleb en su libro. El problema es que si no contamos con informaciones exactas, caemos en la falacia narrativa, la cual “distorsiona gravemente nuestra representación mental del mundo”. Adaptamos los hechos al relato, no el relato a los hechos.
Estados Unidos no ha perdido influencia en el mundo. Ha perdido su influencia relativa. Desde los años setenta, otras potencias han ascendido como Japón, Corea del Sur y ahora China y Rusia. Ya no decide a solas el destino del mundo como lo hizo tras la Segunda Guerra Mundial hasta los setenta, la famosa ‘Pax Americana’. Ahora lo comparte con otras potencias, pero sigue siendo la más influyente.
El problema de la hegemonía americana actual en el mundo no procede de fuera sino de dentro. “Las causas de la debilidad y el declive de Estados Unidos son más nacionales que internacionales”, decía Francis Fukuyama en ‘The Economist’. Fukuyama es un analista estadounidense que escribió ‘El fin de la historia’ en 1989, defendiendo que la democracia liberal era el régimen ganador de la historia, una vez caído el comunismo.
Según él, la fuerte polarización interna que sufre EEUU está mermando las bases de su arquitectura nacional. Los estadounidenses debaten ahora si su base fundacional fue la lucha por la libertad de los Padres Fundadores o la esclavitud. “El país seguirá siendo una gran potencia durante muchos años, pero la influencia que tenga dependerá de su capacidad para solucionar sus problemas internos, más que de su política exterior”, dice Fukuyama.
EL FIN DEL CICLO HEGEMÓNICO DE ESTADOS UNIDOS
Daniel Morales Ruvalcaba
Hegemonía es un concepto que deriva del griego (hegemonía), que significa ser guía o llevar adelante. Éste ha sido utilizado en las Relaciones Internacionales para nombrar a un Estado que mantiene preeminencia sobre los demás, en particular, sobre los más fuertes. De manera sucinta se puede enunciar aquí que los tres requisitos para considerar a un Estado como poder hegemónico son: 1) preponderancia de poder, 2) voluntad para utilizar dicho poder en fines específicos, y 3) liderazgo fundamentado en el consentimiento explícito de los demás.
A lo largo de la era moderna, solo tres Estados han alcanzado la hegemonía mundial: las Provincias Unidas de los Países Bajos, el Reino Unido y Estados Unidos. Dichas hegemonías, al igual que todos los fenómenos sociales, han tenido periodos de determinada duración (poco más de un siglo) que han sido denominados ciclos de las hegemonías, los cuales constan de cinco fases: emergencia, despliegue, apogeo, declive y extinción. Ahora bien, cada fase corresponde a la promoción de ideas y valores de alguna ideología. Conforme evoluciona el poder nacional de un Estado hegemónico, éste tiende a orientarse por cierta ideología, lo cual se traduce en un comportamiento internacional que favorece determinadas políticas económicas y estimula cierto tipo de alianzas y de organizaciones internacionales con vocaciones específicas.
Ciclos políticos hegemónicos
En su fase de emergencia, se ha observado en las hegemonías la propensión a favorecer una ideología progresista-revolucionaria, concebida como un conjunto de ideas tendientes a implementar una reforma muy profunda o total en diversos ámbitos de la actividad humana. Bajo esta ideología, el Estado desempeña un rol fundamental, que funge como impulsor y garante de los procesos sociales. De hecho, si el Estado no cataliza la metamorfosis que experimenta la sociedad, la hegemonía que se encuentra en su fase de emergencia puede verse interrumpida y trunca. En lo que se refiere a sus implicaciones hacia el exterior, el uso de la ideología progresista-revolucionaria obedece a la necesidad de adquirir o incrementar el poder. De ahí que, en esta fase, el poder hegemónico emergente contemple alianzas -ya sea con algunas potencias mundiales consolidadas, como con otras potencias ascendentes- para tratar de incrementar su poder nacional. Así, las Provincias Unidas en la segunda mitad del siglo XVI, el Reino Unido a mediados del siglo XVIII y Estados Unidos a inicios del siglo XX, asumieron ideologías progresistas-revolucionarias para el desarrollo de sus hegemonías.AFP
En las fases de despliegue y apogeo, los poderes hegemónicos asumen una ideología liberal. El aventajamiento alcanzado por el país hegemónico en la fase anterior incrementa la centralización de capitales en torno a sus principales ciudades, eleva los estándares de vida en el conjunto de su sociedad y pasa a convertirse en el «faro» para el desarrollo científico-tecnológico, por lo cual el cambio hacia el liberalismo se instrumenta con el propósito de consolidar sus ventajas competitivas. Pero también el poder hegemónico impulsa el liberalismo para neutralizar a posibles Estados competidores. Así, en esta fase el país se muestra especialmente abocado ya no a incrementar su poder, sino a consolidarlo y demostrarlo; y precisamente el ambiente más propicio para hacerlo es en la libre competencia. Tanto las Provincias Unidas en la primera mitad del siglo XVII, como el Reino Unido a finales del XVIII e inicios del XIX y Estados Unidos a mediados del XX, asumieron y promovieron el liberalismo (filosófico, económico y político) como ideologías hegemónicas.
Finalmente, en las fases de declive y de extinción, las hegemonías mundiales tienden a orientar su política internacional desde una ideología conservadora. ¿Por qué el país hegemónico vira ideológicamente desde el liberalismo al conservadurismo? La respuesta se encuentra en la fase anterior, pues de hecho el liberalismo engendra su propio declive. Las ventajas competitivas alcanzadas décadas antes por el poder hegemónico son difundidas entre los Estados competidores gracias al sistema de libre competencia establecido por el mismo: el liberalismo lleva a la democratización de las ventajas tecnológicas y productivas del país, especialmente, con sus contrincantes. Así, el poder hegemónico pierde su aventajamiento y, en términos relativos, comienza a declinar. En un esfuerzo por frenar los cambios estructurales, el país declinante abandona paulatinamente la ideología liberal y asume una de tipo conservadora: en estos momentos buscará conservar su poder y statu quo internacional. Las Provincias Unidas en la segunda mitad del siglo XVII e inicios del XVIII, el Reino Unido en la segunda mitad del XIX y Estados Unidos en las últimas dos décadas del XX asumieron, con diversos matices, posturas conservadoras de cara a las irrefrenables reducciones de su poder nacional, ocasionando siempre críticas a su liderazgo y rechazo a su política internacional.
Reducción del poderío estadounidense y viraje al conservadurismo
A partir de la última década del siglo XIX, el sistema internacional entró en una dinámica marcada por la hegemonía de Estados Unidos: su fase de emergencia o ascenso ocurrió desde los últimos años del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial. Entre 1914 y 1944, Estados Unidos desplegó su poderío y consolidó su hegemonía. Finalmente, desde 1945 hasta 1981, transcurrió un periodo de apogeo hegemónico caracterizado no solo por la preponderancia de poder nacional, sino también por la voluntad para emplearlo en la definición de la nueva gobernanza internacional. No obstante, en el último cuarto del siglo XX, la hegemonía estadounidense comenzó a dar signos de agotamiento. Tal como se plasma en la siguiente gráfica, después de un momentáneo incremento en el Índice de Poder Mundial entre 1983 y 1984 (debido a los drásticos ajustes realizados por las reaganomics), las capacidades nacionales de Estados Unidos se estancaron durante el resto de la década de 1980 y durante toda la década de 1990, para luego declinar drásticamente a partir de 2001.
Daniel Morales
CONSERVACIÓN DEL STATU QUO Y EROSIÓN DEL LIDERAZGO
El declive hegemónico estadounidense fue acelerado con los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. Los atentados terroristas del 11-S cambiaron por completo las prioridades del recién iniciado gobierno de George W. Bush (2001-2009): la guerra contra el terrorismo se convirtió en el tema central de su política interna y externa. Ello quedó plasmado en la National Security Strategy de 2002, cuyos planteamientos repercutieron no solo en la creación del poderoso Departamento de Seguridad Nacional, sino también en la definición de una política exterior caracterizada por la búsqueda del reposicionamiento de su país a través de un fuerte unilateralismo, un mínimo de cooperación y la dominación en ciertos asuntos internacionales. Bush y sus «halcones» proyectaron a Estados Unidos como el único actor capaz de defender ortodoxamente el mercado, conservar la libertad y combatir al «eje del mal».
Esta dura política neoconservadora de inicios del siglo XXI fue insostenible para el país hegemónico pues abultó los costos económicos, políticos y sociales al punto de disipar todo su liderazgo. El punto de quiebre fue la crisis financiera de 2008 y 2009. Ciertamente, el gobierno de Barack Obama estabilizó la economía nacional y logró mostrar una faceta distinta de su país al mundo. Sin embargo, el estancamiento de la hegemonía estadounidense no se trata de un simple discurso político, sino de un fenómeno que acumula evidencia día con día.
Consciente de estas realidades, durante su candidatura y en sus primeros días como presidente, Donald Trump se ha orientado a dejar de cargar con los costos que implica seguir ejerciendo la hegemonía mundial. Ciertamente Estados Unidos gozará de una dotación de poder muy importante, por lo cual seguirá siendo la principal potencia del orbe. Sin embargo, Trump estaría renunciado a la voluntad de utilizar dicho poder en fines específicos, retrotrayendo a su país a prioridades nacionales y cediendo liderazgo en la gestión de ciertos asuntos de la agenda internacional a otras potencias. Pero, ¿es éste un hecho inédito? Una revisión histórica de larga data permite corroborar que las antiguas potencias hegemónicas siguieron patrones de comportamiento similares a lo que pudiera experimentar Estados Unidos en los próximos años: los Países Bajos en las primeras décadas del siglo XVIII y el Reino Unido a finales del siglo XIX.
La redefinición del rol de Estados Unidos con la presidencia de Trump, tendrá un impacto directo en el devenir de otros países: varias potencias mundiales -hasta ahora socios estratégicos de Estados Unidos en el G7, la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte- podrían verse seriamente afectadas por la falta de liderazgo y compromiso de la potencia exhegemónica. Este cambio generará vacíos de poder en la estructura internacional que bien podrían ser ocupados por potencias regionales que se hayan mostrado como «emergentes» desde los primeros años del siglo XXI, concretamente China, India y Rusia. Todo ello, llevará a significativos ajustes en los «clubes» de potencias, sobre todo entre el G7, el Foro BRICS y el G20.
DANIEL MORALES RUVALCABA es doctor en Ciencias Sociales y maestro en Estudios Contemporáneos de América Latina. Además, es miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México. Sígalo en Twitter en @moralesruv.
UCRANIA: EL FIN DE LA HEGEMONÍA TOTAL DE ESTADOS UNIDOS
Por Ehécatl Lázaro
El expansionismo de Estados Unidos comenzó en los primeros años del siglo XIX, al quitarle más de la mitad de su territorio a México: primero se anexó Texas y Alta California, en 1836, y luego Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah, Colorado y Wyoming con la invasión de 1848. En la segunda mitad del siglo XIX siguió ampliando sus dominios por medios militares y en 1889 le declaró la guerra a España para apropiarse de Puerto Rico, Filipinas y Cuba. Cuando comenzó la Primera Guerra Mundial Estados Unidos era una potencia pujante, pero todavía inferior a Inglaterra, el imperio hegemónico desde el siglo XVIII. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ya había desbancado a Inglaterra y se elevó al estatus de país hegemónico pero solo en el mundo capitalista, pues el mundo socialista se encontraba bajo la hegemonía de la Unión Soviética. Fue con el fin de la Guerra Fría y la disolución de la URSS cuando finalmente Estados Unidos se coronó como el gran imperio mundialmente hegemónico.
El periodo en el que el imperio estadounidense logró la hegemonía planetaria inició en 1991, cuando cayó la URSS. Mientras el capitalismo se presentó como la única forma de organización política para los pueblos del mundo, económicamente el neoliberalismo se encargó de integrar a los antiguos países del bloque socialista a la globalización capitalista. Con estas reformas políticas y económicas, Europa del Este y Rusia quedaron totalmente devastadas. Así, la década de 1990 puede entenderse como la edad dorada del imperialismo estadounidense: económica, política, militar y culturalmente, no había país que se le resistiera.
El cambio de siglo trajo consigo una nueva etapa. En América Latina, Hugo Chávez inauguró una serie de gobiernos que rechazaron el modelo económico neoliberal y la injerencia política de Estados Unidos en la región. En Rusia, Putin llegó al poder y comenzó la reconstrucción económica, política y militar del país eslavo, buscando recuperar la grandeza del pasado. Es la década en la que China se integra a la Organización Mundial del Comerio, cuando comienza a despuntar económicamente y cuando sorprende al mundo con las Olimpiadas de 2008. En esa época surge el grupo de los BRICS como un posible nuevo polo de poder que pudiera hacerle contrapeso al imperialismo estadounidense. Mientras tanto, EEUU se sumerge en una guerra de rapiña en Medio Oriente bajo la bandera de la lucha contra el terrorismo.
En la década de 2010 ya se empieza a ver con claridad un cambio en la tendencia expansionista de Estados Unidos. Xi Jinping llega al poder en 2013 y comienza una activa política exterior que logra posicionar a China como un proyecto alternativo de organización política y económica especialmente atractivo para los países pobres y de medianos ingresos. En Rusia, Putin ya ha gobernado diez años y ha logrado restaurar la respetabilidad de Rusia en el panorama internacional, modernizando su ejército y acercándose geoestratégicamente a China. Para esta década Estados Unidos ya ha identificado a China como principal amenaza a su dominación global y dirige sus baterías contra el gigante asiático; al interior, las consecuencias sociales y políticas del neoliberalismo llevan a Trump a la presidencia. Estados Unidos se muestra en crisis.
Así llegamos a la guerra de Ucrania. La guerra la inició Rusia como consecuencia del cerco militar que la OTAN le impuso en las tres décadas pasadas, pues a pesar de todos los llamados y advertencias de Putin, la OTAN se amplió progresivamente hacia el oriente hasta llegar a las fronteras rusas. Ante esta evidente amenaza a su seguridad, Putin tomó la única vía que le quedaba para defender su territorio: el uso de la fuerza. Una intervención militar como esta, que abiertamente marca un alto al expansionismo de la OTAN (léase Estados Unidos) habría sido imposible algunos años atrás. La correlación de fuerzas a nivel global ha venido cambiando en las décadas pasadas y ahora Estados Unidos ya no es la gran potencia hegemónica de los años 1990. Económicamente, se espera que el PIB de China supere al de Estados Unidos en 2035 (un proceso que la pandemia vino a acelerar). Militarmente, si bien Estados Unidos sigue siendo el país con mayor fuerza del mundo, ya no puede avasallar impunemente a los países que luchan por defender su soberanía. Visto en perspectiva histórica, la guerra en Ucrania representa el fin de la hegemonía total de Estados Unidos y el inicio de una nueva era en la configuración geopolítica mundial.