DOS PERCEPCIONES‎ DIFERENTES DE LA GUERRA ‎DE UCRANIA

DOS PERCEPCIONES‎ DIFERENTES DE LA GUERRA ‎DE UCRANIA

por Thierry Meyssan

Red Voltaire

Occidente y Rusia tienen percepciones totalmente diferentes del conflicto en ‎Ucrania. Es realmente un caso digno de estudio. Y no son los intereses materiales de ‎los antagonistas los que determinan esa diferencia en la percepción del conflicto sino ‎concepciones muy diferentes de lo que es el Hombre y formas diferentes de ver ‎la Vida. Uno de los bandos estima que el “enemigo” pretende restaurar el imperio ‎zarista o la Unión Soviética mientras que, para los demás, ese bando cree ser la ‎encarnación misma del Bien. ‎

Red Voltaire 

Se mantiene el conflicto entre los partidarios de «un mundo basado en reglas» y los que ‎defienden el regreso a «un mundo basado en el Derecho Internacional». Ese conflicto se inició ‎con la intervención militar rusa en Ucrania y está llamado a prolongarse por años. ‎

En el terreno, la situación militar está estancada, como siempre sucede durante el invierno en esa ‎parte del mundo. Los partidarios de «un mundo basado en reglas» siguen negándose a poner en ‎aplicación la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU mientras que los defensores de ‎‎«un mundo basado en el Derecho Internacional» realizan una operación militar especial para ‎imponer la aplicación de la resolución antes mencionada. En definitiva, estos últimos están ‎estabilizando la situación de las poblaciones de la Novorossiya. ‎

El paso de una guerra de movimiento a una guerra de posiciones ha permitido a cada protagonista ‎reflexionar sobre las razones de su participación en la guerra. Ya no se trata de dos visiones ‎antagónicas de las relaciones internacionales sino de dos concepciones diferentes de lo que es el ‎Hombre. ‎

Entre las tropas ucranianas hay que distinguir la diferencia entre los “nacionalistas integristas” y ‎el grupo conformado por los militares profesionales y los ciudadanos movilizados por el ejército.

Los “nacionalistas integristas” son individuos cuya ideología los lleva a creer que “matar rusos” ‎es un deber sagrado e histórico. Citan como referencia los escritos de Dimitro Dontsov y ‎el ejemplo de Stepan Bandera. Dontsov (1883-1973) fue administrador del Instituto Reinhard ‎Heydrich, con sede en Praga, y desde allí, estuvo entre quienes idearon la «solución final ‎de las cuestiones judía y gitana», y Bandera (1909-1959) fue el segundo jefe de los ucranianos que ‎colaboraron con los nazis en contra de los soviéticos.

 El otro grupo (los militares y los movilizados) –dos terceras partes de las fuerzas de Kiev– ha ‎perdido la moral combativa. Sus miembros ven como el armamento occidental es entregado ‎esencialmente al grupo anterior, el de los nacionalistas integristas, mientras que ellos son ‎considerados carne de cañón y sufren gran cantidad de bajas. En las redes sociales ucranianas ‎pululan los mensajes de unidades militares enteras que protestan por el tratamiento que reciben ‎de sus oficiales. En otoño se vio una primera oleada de descontento. Otra está teniendo lugar ‎precisamente ahora. Los militares y movilizados, que inicialmente creían estar defendiendo su ‎patria frente a una invasión, saben ahora que su país está en manos de una pandilla que ha ‎‎“expurgado” las bibliotecas, impuesto su control a todos los medios de prensa del país, prohibido ‎‎13 partidos políticos y la iglesia ortodoxa y que, en definitiva, está imponiendo a los ucranianos ‎un régimen autoritario.

La semana pasada, el ex consejero del presidente Zelenski, el coronel ‎Oleksiy Arestovitch, les dijo claramente que Ucrania ha asumido una lucha equivocada y que Kiev ‎considera erróneamente que al menos 6 millones de ucranianos son «agentes rusos». Ahora ‎saben también que la mayoría de los periodistas han sido arrestados y que la mayor parte de los ‎abogados han huido al extranjero. Ahora se sienten amenazados por el ejército ruso… y también ‎por su propio gobierno. Los múltiples casos de corrupción que salieron a la luz la semana pasada, ‎les confirman que son sólo peones atrapados en un enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia. ‎

Del lado ruso puede verse la situación inversa. Al inicio de ‎la «operación militar especial», las tropas profesionales obedecían sin entender por qué el Kremlin las enviaba ‎a Ucrania, región considerada la cuna de la nación rusa. La población rusa temió entonces un ‎regreso a las masacres de otras épocas. Poco a poco, esos temores desaparecieron. ‎Los refractarios y acomodados… se fueron de Rusia. Yo mismo me sorprendí cuando un amigo ‎ruso me dijo simplemente: «¡Que se vayan! ¡Tanto mejor!». Mi amigo no parecía inquieto ‎sino más bien aliviado de verlos irse de Rusia. La población rusa, muy sorprendida e indignada ‎ante las medidas de Occidente contra sus artistas y contra las glorias rusas del pasado, se dio ‎cuenta de que Ucrania es sólo un pretexto para justificar otra cosa. Los rusos también ‎se sorprendieron al ver a los países de la Unión Europea alinearse detrás de Washington. ‎El pueblo ruso ve ahora que Occidente está en guerra contra su civilización, que no es una ‎guerra contra el presidente Putin sino contra el legado de Tolstoi y de Pushkin. Ese pueblo ‎orgulloso, siempre deseoso de evaluar su propia capacidad para defender a los suyos y batirse por ‎su honor, hoy observa con tristeza la arrogancia de los occidentales, el hecho que Occidente ‎no está interesado en ponerse al servicio del Bien sino que cree ser el Bien. ‎

Los argumentos políticos que el presidente Putin exponía en diciembre de 2021, cuando publicó ‎su proyecto de Tratado entre Estados Unidos y Rusia sobre Garantías de Seguridad ‎‎ [1] han quedado atrás. Ya no se trata de una guerra ‎en defensa de intereses. ‎

Mientras los rusos entienden ahora que no están luchando por obtener algo sino para sobrevivir, ‎los occidentales no ven el conflicto de la misma manera. Los occidentales creen que los rusos ‎luchan cegados por la propaganda, que luchan, sin saberlo, para restaurar el imperio zarista o la ‎Unión Soviética. ‎

Estamos ante un tipo de conflicto extremadamente raro, que nos hace pensar en aquel que ‎existió entre Roma y Cartago y que terminó con la destrucción de todo vestigio de la civilización ‎cartaginesa, al extremo que hoy ignoramos prácticamente todo sobre ella. Todo lo que hoy ‎se sabe de Cartago es que fue construida por poblaciones procedentes de Tiro (ciudad del actual ‎Líbano) y que su líder, Aníbal Barca, busco inútilmente refugio en Damasco y en otras ciudades de ‎la actual Siria después de la destrucción de su ciudad. También sabemos que Cartago ‎se desarrolló en paz y armonía con sus vecinos y socios, mientras que Roma conquistaba su ‎imperio por la fuerza de las armas. Ya hice antes esa observación, al analizar la agresión ‎contra Siria, cuando Rusia intervino para ayudar a ese país. Esa comparación se hace cada vez ‎más pertinente. Estamos ante dos bloques que ya no tienen nada en común. ‎

En Occidente, la gente comienza a ver lo que sucede en Ucrania como una guerra que ‎Estados Unidos libra contra Rusia, a través de los ucranianos. En Ucrania, los nacionalistas ‎integristas ni siquiera creen que están resistiendo ante quienes ven como invasores, están ‎convencidos de que están derrotando a ese invasor en lo que ven como «el combate final» y ‎creen que ese es su destino. Pero, si dejamos de lado los delirios místicos que esos elementos ‎han bebido en los escritos de Dimitro Dontsov, ¿cómo puede alguien creer que 40 millones ‎de ucranianos van a derrotar a 140 millones de rusos, sabiendo además que estos últimos cuentan ‎ahora con un adelanto de al menos 20 años sobre Occidente en materia de armamento?‎

Los participantes en la reunión de la base estadounidense de Ramstein, en Alemania, donde ‎en realidad se reunieron Estados Unidos y la Unión Europea, ya han gastado más de ‎‎250 000 millones de dólares en el conflicto ucraniano –o sea, en un año de guerra en Ucrania ‎han gastado tanto como en 10 años de guerra contra Siria. Si comparamos los dos conflictos, ‎veremos que, a la luz del Derecho Internacional, Rusia tiene razón en ambos casos, mientras que ‎Estados Unidos reunió contra Siria una gran coalición y ahora está implicando considerablemente ‎más a sus aliados en el conflicto de Ucrania. ‎

Y si comparamos al presidente Putin con el líder cartaginés Aníbal, veremos que el presidente de ‎la Federación Rusa no tiene intenciones de tomar la capital del adversario: Washington. También ‎veremos que Putin está consciente de la superioridad militar rusa y que no piensa enemistarse con ‎los pueblos de Occidente llevando la guerra a sus territorios… exceptuando quizás a sus “élites” del ‎ministerio británico de Exteriores y del

PENTÁGONO ESTADOUNIDENSE. ‎

Thierry Meyssan

Chomsky: «El cambio sólo puede producirse mediante la protesta masiva de la gente común y corriente”

En 2007, le pedimos a Chomsky que firmara la declaración de Europa por la Paz y que apoyara la campaña para impedir la construcción del Escudo Espacial estadounidense en la República Checa, un proyecto al que se oponía firmemente la gran mayoría de la población checa. Chomsky se sumó inmediatamente, citando en su mensaje el llamamiento que Russell y Einstein habían escrito a todos los pueblos del mundo «para que afrontemos el hecho de que nos encontramos ante una elección cruda, aterradora e inevitable: “¿pondremos fin a la raza humana o renunciará la humanidad a la guerra?».

Ese llamamiento es el documento de denuncia más importante jamás escrito sobre la amenaza que representan las armas nucleares para la humanidad y nos recuerda que «cualquier acuerdo que se haya alcanzado en tiempo de paz para no utilizar bombas H dejará de considerarse vinculante en tiempo de guerra».

«Las amenazas», escribió entonces Chomsky, «son cada vez más graves y Europa está bien situada para emprender la misión histórica de salvar a la raza humana de la autodestrucción”.

Pero ahora que Europa se encuentra experimentando una guerra devastadora en su propio suelo, ¿seguiría Noam apoyando esa afirmación? Por eso le escribimos para preguntarle si es posible que Europa cambie de rumbo o si Europa está ahora tan supeditada a los Estados Unidos que ha perdido definitivamente su oportunidad de salvar a la raza humana de la autodestrucción, por citar sus propias palabras.

«Como dije hace poco», responde Chomsky, «Putin ha hecho a Washington el mayor regalo que Estados Unidos podía imaginar. Europa está ahora en manos de Washington y, en algunos aspectos, está aún más loca que EEUU. ¿Se ha perdido ya la oportunidad de una «Casa Común Europea» independiente? Por el momento me temo que sí, pero los beneficios para Europa son tan enormes que la casa común quizá pueda volver a levantarse, con otra victoria como la que consiguió con la base estadounidense».

Su afirmación de que una casa común europea podría resurgir arroja una nueva luz sobre la situación. A continuación le preguntamos si cree que el cambio puede venir de arriba o si sólo puede producirse a través de la protesta masiva de la gente común y corriente. ¿Qué pasos hay que dar para poner fin a una confrontación militar cuyo resultado será inevitablemente desastroso para todas las partes? ¿Sigue siendo posible convertir el rechazo a la guerra en un movimiento de masas, aunque las viejas formas hayan fracasado y la desintegración del tejido social parezca impedir cualquier acción en común?

«Estoy de acuerdo en que el cambio sólo puede producirse a través de la protesta masiva de la gente común y corriente. Pequeños grupos de activistas comprometidos pueden trabajar para aumentar la comprensión e inspirar el activismo», nos dice Chomsky, «pero son los movimientos de masas los que cuentan». Es difícil pensar en una excepción. ¿Podría ocurrir? Nunca lo sabremos. Sólo podemos intentarlo».

Sí, vale la pena intentarlo, porque aún estamos a tiempo de producir un giro radical.

Así, el 2 de abril, en toda Europa y en el mundo, apaguemos los televisores y las redes sociales, desconectemos la propaganda de guerra y la información manipulada. Dejemos a un lado nuestras diferencias y converjamos en un sinfín de actividades diferentes pero con un mismo objetivo: la paz y con una metodología clara: la no violencia activa, porque la guerra no se detiene con las armas sino con la paz.

«Me alegra mucho saber lo que están haciendo. Es muy importante», responde Chomsky cuando le informamos de esta iniciativa, porque «si hay voluntad, es posible evitar la catástrofe y avanzar hacia un mundo mucho mejor».

Europa por la Paz

UCRANIA: UNA GUERRA QUE INICIA LA GRAN TRANSICIÓN GEOPOLÍTICA Y CIVILIZATORIA

por Manuel Monereo

Un cartel del presidente ruso Putin con una mandíbula de cráneo esquelético se muestra en la fachada del Museo de Historia Médica que construye una acción de protesta frente a la Embajada de Rusia en Riga, Letonia, el 17 de marzo de 2022.- EFE

«Además, todo indica que potencias económicas como Rusia y China deben ser domesticadas o aplastadas para que las principales economías capitalistas puedan tener una nueva oportunidad de vida. Esto es una perspectiva aterradora»  – Michael Roberts 14 de marzo 2022                                                                        

La guerra de Ucrania continúa. Es solo un comienzo. ¿El frente? La dimensión espacio-temporal de los intereses estratégicos de los Estados Unidos; es decir, el planeta. El objetivo es conservar el poder y oponerse férreamente a los que cuestionan la hegemonía euroamericana, eso que Samir Amín llamó el imperialismo colectivo de la triada. Biden ha organizado, insisto, ha organizado dos territorios de definición geopolítica: uno, el principal, en Asia, en el Mar de la China meridional; otro, el secundario, que tiene como línea de frente Ucrania. Ambos están interconectados política y militarmente por los EEUU. Estos imponen una estricta división del trabajo: de la reducción de Rusia se encarga la OTAN; de Asia, el mundo anglosajón. Es la doctrina Monroe ampliada a la de Alfred T. Mahan: el Pacifico es asunto exclusivo y excluyente de los norteamericanos y sus aliados de confianza; fuera la Unión Europea y, específicamente, Francia. Se atisba en el horizonte un tercer escenario en construcción, el Sahel, que empieza a decir adiós a las fuerzas expedicionarias francesas y creo que también a las demás europeas.

Cuando la niebla de la guerra se aclare habrá que hacer un mapa de daños. Conocer con precisión las consecuencias, el papel de los actores y los elementos definitorios de una nueva relación de fuerzas. Un dato sobre todo: ¿se romperá el mercado económico-productivo y financiero mundial? Eso parece. La posibilidad de construir un polo de poder alrededor de China viene impulsado por la necesidad de responder a las sanciones contra Rusia y, sobre todo, a sus consecuencias colaterales que obligan ya a definirse. Biden está jugando fuerte, muy fuerte.  Los días del dominio del dólar pueden estar terminando y la multipolaridad más cercana de lo que parece.

Una cosa parece evidente: se está vendiendo ahora más gas ruso a Alemania que antes del conflicto. Este corredor funciona mucho mejor, desgraciadamente, que el humanitario. ¿Qué significa esto? Que existen contactos económicos, financieros y militares. Sigue habiendo posibilidades de llegar a acuerdos, de parar la guerra y poner fin a la muerte. Cada vez sabemos más cosas. En la reunión de Versalles de los 27, siempre a mayor gloria electoral de Macron, se decidió que por ahora no entraría Ucrania en la Unión Europea; este «por ahora» puede ser muy largo y equivale a (casi) nunca. Unos días después, nuestro inolvidable Alto Representante de la UE, Josep Borrell, reconoció errores. El más grande fue abrir la posibilidad de la entrada de Ucrania en la OTAN. No se deben hacer promesas que no se pueden cumplir, sentenció el que fuera la gran esperanza blanca de la socialdemocracia española.

Cuánta razón lleva Luciano Canfora cuando dice que no hay que hablar de democracia cuando se trata del poder mundial y su disputa; no hablar de paz cuando se planifica la guerra. Habrá que decirlo una y otra vez, hacerlo con fuerza y asumiendo los costes de ser minoría: frente a un discurso único dominante -que se convierte en disciplinario- hay que afirmar que esta guerra es entre la OTAN y Rusia, y que Ucrania pone el territorio, la población y la mayor parte de muertos y heridos. Zelenski debe de estar comprendiendo ya lo que supone ser aliado incondicional de los EEUU e instrumento activo de una estrategia que nada tiene que ver con los intereses de su pueblo. Plantear, como él hace, una intervención directa o indirecta de la OTAN es jugar con fuego y que todos nos quememos.

Se ha dicho (Thomas Fazi, Olga Rodríguez) que la guerra de Ucrania ha sido la más anunciada, analizada y anticipada de la historia última europea. Todos los grandes especialistas lo han estudiado y analizado desde hace años (Kennan, Kissinger, Mearsheimer, Jack F. Matlock) y su conclusión fue siempre la misma: intentar que Ucrania ingresara en la OTAN supondría una respuesta político- militar rusa y la guerra.

El 13 de marzo de este año Carlos Sánchez en El Confidencial entrevistaba a un especialista en estrategia –influyente en el Ministerio de Defensa- que no quiso dar su nombre. Lo más sorprendente de sus declaraciones es que coinciden con otros geopolíticos –militares o no- críticos ante el conflicto ucraniano y especialmente preocupados por el futuro de Europa en un mundo que cambia aceleradamente.

Hay un acuerdo muy general en que estamos en un cambio de época caracterizado por un declive relativo de la hegemonía de EEUU y la emergencia de nuevas potencias que, objetivamente, cuestionan el orden organizado y definido por ese país. Las dimensiones y los ritmos del proceso no son pacíficos. En segundo lugar, se coincide en que estamos en una transición hacia un mundo multipolar que implica una redistribución sustancial del poder a nivel mundial.  También hay acuerdo, en tercer lugar, en que los EEUU son la primera potencia económica y que, lo más importante, tiene un claro dominio político- militar a nivel planetario. Dicho de otro modo, hay una desigualdad estructural de fuerzas (comerciales, financieras, tecnológicas y militares) entre el bloque de poder dirigido por los EEUU y las fuerzas que tienden a disputarle la hegemonía. La cuestión clave es el tiempo. Biden (y el grupo oligárquico que él encabeza) buscan anticiparse, ganar ventaja y posición por medio de una estrategia preventiva bajo el principio:  hay que hacerlo ahora, mañana puede ser demasiado tarde. No ocultan sus objetivos, acabar con el sistema de poder dominante en Rusia y en China por medio de instrumentos económicos, tecnológicos, híbridos o de zona gris.

Existe consenso, en cuarto lugar, en que la gran perdedora de este conflicto es Europa. La UE es incapaz de representar los intereses estratégicos de sus Estados y pueblos y sigue siendo –la crisis de Ucrania lo pone de manifiesto- una aliada subalterna de los EEUU.

La quinta cuestión tiene que ver con el papel geopolítico de España. Aquí hay muchas preocupaciones. El conflicto entre Marruecos y Argelia se agrava; al tradicional problema migratorio se le añade el del gas en un contexto propiciado por la pretensión de Marruecos de convertirse en potencia regional en estrecha relación con EEUU y Francia. Al fondo, la cuestión saharaui no resuelta. En caso de conflicto con Marruecos, los españoles estaremos solos, de nada nos servirán ni la OTAN ni la UE.

Cuestión más compleja son las relaciones entre China/Rusia siempre mediadas por tensión con los EEUU. Kissinger y Brzezinski advirtieron con mucha fuerza del peligro de una alianza entre Irán, Rusia y China. Sin embargo, toda la política exterior norteamericana –excepto en la etapa de Donald Trump- está dedicada a propiciarla. Hoy que la rusofobia arrecia, hay que insistir en que el futuro de las relaciones internacionales estará marcado por la dirección hacia la que se incline Rusia. Esta se ha decantado clara y nítidamente hacia una alianza estratégica con China. Las dos economías se complementan y sus capacidades militares se multiplican en alianza. China ayudará a superar las sanciones a Rusia como lo harán la India, Pakistán, Indonesia, gran parte de América Latina comenzando por Brasil y Argentina y la mayoría de África con Sudáfrica a la cabeza; sin olvidar a Arabia Saudita que está decidiendo en estos momentos cobrar el petróleo en moneda china. ¿Somos capaces de imaginar el mapa? Es el nuevo mundo que emerge frente al viejo de las grandes potencias coloniales.

Para Europa es una tragedia. Se han cansado de decirlo en estos días, no hay seguridad en Europa sin Rusia. Es verdad. Este país retorna a una alianza explícita euroasiática con el objetivo claro de desafiar una Pax basada en el poder euro/norteamericano. Una vez más es lo viejo que no acaba de morir y lo nuevo que no termina de nacer. En medio, el conflicto por el poder mundial.

«El despertar político global es históricamente antiimperial, políticamente antioccidental y emocionalmente antinorteamericano en dosis crecientes. Este proceso está originando un gran desplazamiento del centro de gravedad mundial, lo que, a su vez, está alterando la distribución global de poder, con implicaciones muy importantes de cara al papel de los EEUU en el mundo» Esto lo escribió en el 2007 Zbigniew Brzezinski.

El viejo halcón polaco-norteamericano sabía de lo que hablaba. No hay marcha atrás.

PROPUESTA DE PAZ

BRASIL SE NIEGA A PARTICIPAR DE LA GUERRA

Mientras los países de la UE pugnan por ser quien más material militar envía a Ucrania, Lula da Silva resiste a las duras presiones de quienes patrocinan el conflicto armado

LA CASA BLANCA

El día 10 de febrero Lula da Silva fue recibido en la Casa Blanca por el presidente Joe Biden con la pompa que se merece un importante líder regional. En pleno despuntar del mundo multipolar, en el que Estados Unidos es el mayor afectado, el presidente de la mayor potencia militar del mundo coincidió con el visitante en aunar fuerzas en la lucha contra la crisis climática, la ultraderecha mundial y por el desarrollo de los derechos humanos. Pero la calurosa reunión quedó empañada por las divergencias evidentes cuando trataron el tema más espinoso: la guerra en Ucrania. Lula da Silva moduló su discurso desde la inicial crítica hacia la escasa disposición del Gobierno de Valodomir Zelenski en la búsqueda de una solución pacífica del conflicto hacia la condena a la invasión rusa del territorio ucraniano. Oficialmente Brasil sigue manteniéndose neutral en el conflicto, abogando por la formación de un grupo de trabajo entre los países que desean el cese del fuego en la zona. El presidente brasileño ya anunció que en su próximo viaje a China, el 28 de marzo, hablará con Xi Jinping sobre el plan de 12 puntos de alto el fuego que ha planteado la diplomacia china.

Tal vez ese no alineamiento total con las posiciones estadounidenses sea lo que explique la decepción de la delegación brasileña en Washington. También la promesa de aportación de apenas 50 millones de dólares al fondo internacional para el programa de protección y preservación de la Amazonia. Los diplomáticos brasileños esperaban una suma muy superior por parte del Gobierno norteamericano a la causa ambiental, defendida a bombo y platillo en los foros internacionales por personajes como el representante especial para el Clima de la Administración demócrata, John Kerry, y el exvicepresidente Al Gore. Además, queda en evidencia el desprecio estadounidense hacia la propuesta estrella de Brasil, ya que el fondo ha recibido el respaldo económico de países como Noruega (que desbloqueará 482 millones de dólares) y Alemania (que aportará 200 millones de dólares). Con su exigua contribución, la Administración Biden mandó un mensaje bien claro al gobierno brasileño: o se alinea primero a los intereses geopolíticos de Estados Unidos o no hay acuerdo en otras materias importantes, aunque sean de interés vital para la humanidad, como la emergencia climática.

Biden mandó un mensaje bien claro: o se alinea a los intereses de EEUU o no hay acuerdo en otras materias

Una semana antes de la visita a Biden, el canciller alemán, Olaf Scholz, ya estuvo en Brasil presionando al mandatario brasileño para enviar municiones para sus tanques Leopard 2 en Ucrania. La petición fue tajantemente rechazada. La exigencia del envío de municiones del maltrecho ejército brasileño a Ucrania parece una trampa de Occidente para involucrar directamente al país sudamericano en la contienda bélica. Nadie en su sano juicio podría creer que unas cajas de municiones del obsoleto ejército de Brasil cambiarían ni en un ápice el curso de la contienda. Lula da Silva salió más o menos ileso de la visita del canciller alemán, pero, en la rueda de prensa conjunta tras la reunión, tuvo que lidiar con un periodista alemán, visiblemente irritado, que le interpelaba sobre la negativa de Brasil. El presidente explicó pacientemente al informador alemán que, desde 1870 (fecha del fin de la vergonzosa guerra que enfrentó a Brasil, Uruguay y Argentina contra Paraguay representando los intereses de la corona británica), su país no tiene enfrentamientos bélicos directos con ninguna nación extranjera. Además, dejó claro que Brasil no va tomar parte directa ni indirectamente en ese conflicto y que la única contienda que en ese momento le interesa es el combate contra el hambre. Pese a los esfuerzos pedagógicos del Gobierno de Brasil, las aguas no se calmaron. La semana posterior a su vuelta de Estados Unidos, Lula da Silva tuvo el disgusto de saber que la subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos, Victoria Nuland –veterana diplomática americana, responsable de articular el EuroMaidan, golpe de Estado de 2014 contra el expresidente ucraniano Viktor Yanukovich–, dijo que el país sudamericano tendría que “ponerse en el pellejo de Ucrania”. Acto seguido, el embajador de Japón en Brasilia, Hayashi Teiji, no ocultó a la prensa brasileña sus conversaciones con círculos políticos cercanos al presidente Lula para conseguir su apoyo a la causa ucraniana. Por otro lado, el ministro de Exteriores de Ucrania, Dmitró Kuleba, en una breve reunión con su homólogo brasileño, Mauro Viera, invitó al presidente de Brasil a conocer las terribles consecuencias de los bombardeos rusos in loco. El propio Zelenski también llamó al mandatario brasileño para invitarle a Ucrania. La idea de la diplomacia ucraniana es sensibilizar al presidente brasileño con un paseo por los sitios bombardeados por las fuerzas aéreas rusas. La pesada artillería diplomática que los países occidentales están desplegando en Brasilia y en los foros internacionales intenta presionar de todas las maneras posibles al Gobierno brasileño para que tome parte por Ucrania. Es innegable que con un gabinete tan plural –hay miembros del Gobierno como el ministro de Asuntos Exteriores de Brasil (el Itamaraty), Mauro Viera– defienden una posición más pragmática con un mayor acercamiento de Brasil a la posición de Estados Unidos. Es previsible que las diferentes tratativas del país con sus socios occidentales, tales como el acuerdo comercial entre el Mercosur y la Unión Europea, tan anhelado por el nuevo Gobierno, no se cerrarán sin una cesión clara del gobierno brasileño en el asunto ucraniano. Por otro lado, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, el 18 de febrero, la ministra alemana de Exteriores, Annalena Bearbock, flanqueada en la mesa por su homólogo americano Antony Blinken y Dmitro Kuleba en un aviso a los países de Sur Global, como Brasil, Sudáfrica, Indonesia, Argentina, Pakistán y muchos otros, lanzó la advertencia insistiendo en que la neutralidad en esa guerra no es una opción; en otras palabras, o están con nosotros o en contra. Aunque sea muy prepotente por su parte: más del 80% de la población del planeta vive, en este momento, en la órbita de los países que permanecen neutrales en esta contienda.

Si bien es verdad que esas presiones ejercidas sobre el nuevo Gobierno brasileño han modulado sensiblemente su radical posición inicial e incluso han provocado algún leve cambio en la posición internacional de la diplomacia brasileña –como fue el caso del inexplicable voto favorable, el 23 de febrero, del embajador de Brasil en la resolución no vinculante de la Asamblea de Naciones Unidas hacia la condena y propuesta de retirada de las tropas rusas de territorio ucraniano–, no se sabe si el Itamaraty escenificó una rendición a las presiones estadunidenses en la ONU después de la visita a Biden, o si el voto del día 23 fue parte de una complicada política pendular de la diplomacia brasileña que intenta buscar el equilibrio entre las tesis de EEUU/UE y las de China / Rusia.

Algunos sectores críticos temen el voto disonante de Brasil en la ONU y que Estados Unidos esté llevando a Brasil a un sabotaje a la posición diplomática de los BRICS en la cuestión ucraniana. Lo concreto es que, a día de hoy, se mantiene el mayor triunfo brasileño en cuestiones de conflictos bélicos internacionales: su tradicional neutralidad, que le confiere margen de maniobra para promover su iniciativa de creación de un grupo formado por naciones que defienden un alto el fuego entre las partes. Es un hecho que mientras los países de la Unión Europea se pelean por ser el que envía más material militar a Ucrania, Brasil se ha negado tajantemente a hacerlo pese a la petición directa de un país miembro de la OTAN y a las duras presiones recibidas desde los países que patrocinan el conflicto armado. Mientras tanto, los líderes occidentales siguen en su particular romería rumbo a Kiev. Inmediatamente después del viaje sorpresivo del presidente Biden a Kiev el día 20 de febrero para respaldar a Zelenski y prometer más 470 millones de euros en ayudas, el 23, el presidente de gobierno español Pedro Sánchez corrió a hacer lo mismo. Intentaba seguramente ser el primero de la cola para quedar bien con la OTAN y con Estados Unidos, con su oferta de diez tanques Leopard, cuatro más de los que había acordado algunos días antes con las autoridades ucranianas. Ni una palabra de Sánchez para frenar la escalada del conflicto; al contrario, el debate unísono entre los líderes europeos se centra en cómo derrotar a Rusia –¿con o sin humillación?– como insiste el presidente Emmanuel Macron, que aboga por la segunda opción.

Ni una palabra de Sánchez para frenar la escalada del conflicto; al contrario, el debate entre los líderes europeos se centra en cómo derrotar a Rusia

Frente al furor guerrero de Europa, cada día más involucrada material y diplomáticamente en la guerra, la tendencia de los gobiernos latinoamericanos es la cautela. Por eso, para la Unión Europea y Estados Unidos sería una baza importante convencer a Brasil de entrar en el campo de batalla, ya que facilitaría convencer a otros países díscolos de la región. Sin embargo, pese a los intentos de la OTAN y sus siervos europeos por impedir que se constituya una mesa de negociación, los esfuerzos diplomáticos por la paz del presidente Lula da Silva han llegado al oído de las autoridades rusas. Hasta el punto de que, en declaraciones a la agencia rusa TASS, el viceministro de Relaciones Exteriores, Mikhail Galuzin, dijo que se toman en serio la propuesta de paz del Gobierno brasileño. El Gobierno chino, con su plan de paz, hecho público el día 24 de febrero, también sigue instando a una solución política al conflicto, pese al rechazo del presidente de la OTAN Jens Stoltenberg y de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que se apresuraron a declarar incongruentemente que, al no condenar a Rusia, China es un país desacreditado para liderar el proceso de paz.

Otra razón de peso que hace de Brasil un serio oponente a la guerra es su posición en los BRICS, ya que ninguno de ellos se ha posicionado del lado de la alianza EEUU/OTAN y UE, enfrentándose directamente a Rusia. Preservar sus buenas relaciones con China, Rusia, Sudáfrica e India es una prioridad para la diplomacia brasileña. Tanto es así que en estos días Lula da Silva intenta confirmar el nombramiento de la expresidenta Dilma Rousseff al frente del banco de los BRICS, con sede en Shanghai. Rousseff, que no es propensa a aceptar cargos honoríficos, representa la voluntad del Gobierno brasileño de tener un perfil político de primer nivel hacia una institución financiera importante que está ubicada en el corazón de Asia. Si Brasil quiere al frente de ese banco a alguien como la expresidenta, que no niega su buena relación con China, es porque hace una apuesta fundamental en las relaciones comerciales y diplomáticas con los BRICS y juega sus bazas en la construcción del mundo multipolar.

Tras un año de esta terrible guerra, detonada formalmente por la invasión rusa de Ucrania y mantenida con la activa ayuda del consorcio occidental, los intentos ya lejanos de negociación abortados en Turquía parecen indicar la inviabilidad a corto plazo de abrir otra vez un proceso de paz. Especialmente cuando ninguna de las partes está dispuesta a ceder en sus posiciones de partida. Sin embargo, las iniciativas de China y Brasil por un alto el fuego son casi una obligación moral. Pese a las palabras del alto representante de Política Exterior de la UE de que esta guerra hay que ganarla a Rusia en el campo de batalla, en el resto del mundo hay un consenso casi general de que no tiene visos de resolverse en el terreno de combate a corto y medio plazo, por lo que la salida inevitable sería la mesa de negociación. Además, ante la evidente escalada y la frivolización del peligroso juego de la disuasión de las armas nucleares, que aterrorizan al mundo y vuelven a estar en el discurso de jefes de Estado como Rusia y Francia, no hay tiempo que perder. Parece oportuno dar un margen a los planes de Xi Jinping y Lula da Silva que lideran la búsqueda de una solución negociada al conflicto.

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