Rodrigo Santillán Peralbo
El poderoso magnate Donald Trump es el primer ex presidente de Estados Unidos que ha sido acusado con más de 30 cargos criminales relacionados con fraude empresarial y otros, por la Corte Criminal de Manhattan en donde es sometido a juicio. En la audiencia se esperaba que el juez, de origen colombiano, ordenara su arresto, pero al quedar en libertad voló en su avión privado a su mansión en Florida, para continuar con sus ambiciosos planes de volver a ser presidente del imperio.
El “inocente” Trump ha negado haber pagado a la actriz de películas de adultos o pornográficas Stormy Daniels, la cantidad de 130.000 dólares para que mantenga la boca cerrada a fin de que no hiciera pública su relación en plena campaña electoral de 2016. Así juegan los políticos inmorales con la buena fe de los ciudadanos votantes. Todo vale en las campañas electorales.
Además, quienes cometen delitos pregonan ser inocentes así falsifiquen los registros comerciales como lo habría hecho Trump, pero se ha probado que la Organización Trump anotó los reembolsos como gastos legales en sus libros de contabilidad internos, situación que no es simple trampa, sino un delito de alta gravedad, según los fiscales acusadores. Por este delito el acusado podría ser condenado de uno o cuatro años de prisión, según el sistema legal estadounidense.
Trump, quizá para no empañar su larga campaña presidencial ha negado con rigor y fuerza haber tenido relaciones sexuales con la actriz porno, al tiempo que afirmaba que los cargos que se le imputan son propios de sus enemigos políticos.
El ambicioso Trump, de la extrema derecha “alternartiva” norteamericana, se ha convertido en el primer expresidente estadounidense que afronta cargos penales, pero quiere volver a sentarse en un sillón presidencial en la Casa Blanca.
Trump es una alternativa de sectores de la derecha radical estadounidense. La analista Laura Raim sostiene que el neoconservadurismo obsesionado con los «valores cristianos», el mercado y la dominación del orden mundial entró en crisis, y ese lugar lo ocupa hoy parcialmente un archipiélago denominado «derecha alternativa» (Alt-Right), del cual Donald Trump funge como un verdadero caballo de Troya. Discursos sobre clases medias enfrentadas a elites mundiales y locales, junto con abundantes dosis de racismo y sexismo y desdén por la democracia, dan forma a posicionamientos contradictorios entre sí, pero eficaces para construir imaginarios y movilizar al «pueblo blanco» de la nación.
El mundo sabe que Donald Trump no es precisamente un intelectual, pero existen algunos intelectuales que piensan el trumpismo. Lo que comenzó como una private joke anónima adquirió una dimensión inesperada, respondiendo manifiestamente a una demanda de teorización seria.
La analista agrega que más allá del personaje farsesco surgido de la telerrealidad, con su seguidilla de provocaciones y contradicciones, existiría una verdadera ideología trumpiana, que se resume de este modo: «el control de las fronteras, el nacionalismo económico, una política exterior basada en los intereses nacionales y la evaluación de cualquier medida gubernamental en función de un solo criterio: ¿ayuda o castiga a los estadounidenses?». Y serían efectivamente estas ideas las que le valdrían a Trump su éxito frente a una parte significativa de la clase media blanca. Al no ser el candidato republicano «capaz de reflexionar sobre el sentido de su popularidad y qué hacer con ella», otros deben hacer ese trabajo.
Sostiene que Hillary Clinton nombró a la bestia por primera vez en un discurso en Reno, Nevada. Acusó a su adversario de transmitir esa «ideología racista emergente» y señaló que, si bien existió siempre un «sector paranoico» y racista en el paisaje político, «es la primera vez que el candidato de un gran partido lo alimenta, lo fomenta y le sirve de megáfono nacional».
Al principio ocultos en los bajos fondos de la web, los adeptos al movimiento Alt-Right ganan en seguridad y visibilidad desde el ascenso del neoyorquino sulfuroso, cuyas promesas sobre la construcción de un muro en la frontera mexicana y la expulsión de 11 millones de inmigrantes validan sus sueños más locos. El sitio Counter-Currents, en el centro de esta galaxia, afirma, por ejemplo, haber alcanzado los 130.000 visitantes por mes. Y desde hace algunos meses, todos los grandes órganos de la prensa estadounidense han dedicado al menos una edición especial a comprender este fenómeno, cuya influencia es difícil de medir con precisión, pero que claramente tiene viento en popa.
Los «teóricos» de este movimiento de extrema derecha se llaman Kevin MacDonald, Jared Taylor, Greg Johnson o incluso Richard Spencer. Se esfuerzan en afinar la doctrina de una «derecha alternativa» llamada a reemplazar el conservadurismo considerado obsoleto de un Partido Republicano cuyas obsesiones librecambistas, presupuestarias y fiscales solo favorecerían a la elite internacional de Davos. Decididos a desafiar la «tiranía de lo políticamente correcto» para proclamar fuerte y claro un nacionalismo autoritario sin complejos, «estos autores se perciben como los intelectuales orgánicos del régimen que desean instaurar», explica Harrison Fluss, profesor de Filosofía en la Universidad de Stony Brook y especialista en la derecha estadounidense. «Mussolini tenía a Filippo Tommaso Marinetti, Hitler tenía al teórico Alfred Rosenberg, al filósofo Martin Heidegger y al jurista Carl Schmitt».
¿Cuáles son los contornos de este pensamiento de extrema derecha, aún marginal pero que no cesa de ganar terreno en favor de la candidatura de Trump a las presidenciales estadounidenses? Si bien no todas las corrientes de esta nebulosa son tan favorables como al programa del magnate inmobiliario, todas aprecian su potencial disruptivo del orden actual. En un extremo del espectro, se encuentran los «neorreaccionarios», ultralibertarios elitistas y ultracapitalistas que abogan por la supresión de la democracia. En el otro, se ubican los nacionalistas blancos de la Alt-Right, más estatistas y menos liberales desde el punto de vista económico, herederos del «paleoconservadurismo» de los años 1990. Todos tienen en común un rechazo por la «mentira igualitaria», como hecho y como valor, un gusto por el orden jerárquico, así como un esquema de lectura racial de la sociedad. Todos odian el progresismo (llamado liberalism) que contaminaría tanto al Partido Demócrata como al Republicano.
SILICON VALLEY CONTRA LA DEMOCRACIA
La neorreacción es un movimiento poco difundido, a la vez antimoderno y futurista de libertarios desilusionados, nacido en 2007 con el blog Unqualified Reservations del programador Curtis Yarvin, alias Mencius Moldbug. Para Yarvin, quien se nutrió de la literatura reaccionaria del historiador contrarrevolucionario escocés Thomas Carlyle, el pensador elitista y antimoderno italiano Julius Evola y el filósofo estrella de la «revolución conservadora», el alemán Oswald Spengler, 1789 marca el comienzo de un prolongado ocaso cultural, únicamente disimulado por el progreso tecnológico. Producto catastrófico de la modernidad, la democracia sería un régimen «subóptimo» e inestable, orientado hacia el consumo en vez de la producción y la innovación, que conduce siempre a una mayor tributación y redistribución. Recogiendo las críticas del filósofo y economista estadounidense de origen austríaco Hans-Hermann Hoppe, quien se considera a la vez «anarcocapitalista» y «realista», la neorreacción señala también la inadecuación de la breve temporalidad del ritmo electoral para la consecución de objetivos civilizatorios de envergadura… El único remedio para restaurar el orden y el progreso sería un elitismo oligárquico bien entendido, ya que el papel del gobierno no debería ser representar la voluntad de un pueblo irracional, sino gobernarlo correctamente. «Los estadounidenses deberán superar su fobia a los dictadores», advirtió Yarvin en una «conferencia Bil» ofrecida en California en 2012.
Si bien los libertarios clásicos lamentan la ineficacia de los gobiernos democráticos, incitados a satisfacer los deseos fluctuantes de un pueblo «obtuso» sistemáticamente opuesto a la «virtuosa» desregulación de los mercados, no ofrecen demasiadas soluciones alternativas y se conforman con preconizar una hipotética desaparición del Estado. Yarvin propone, en cambio, tratar los Estados como empresas: los países serían desmantelados en pequeñas compañías competidoras administradas por directores generales competentes y las acciones soberanas estarían en manos de la elite, lo que reflejaría el poder y la utilidad de los diferentes grupos dominantes. «Los habitantes serían como clientes en un supermercado. Si no están contentos, no discuten con el gerente, se van a otro lado», nos explica el ex-profesor de Filosofía de la Universidad de Warwick, el británico Nick Land. «Si se consideran las tres célebres opciones de Albert Hirschman frente a una situación política, Exit, Voice o Loyalty [salida, voz o lealtad], apostamos al mecanismo del Exit, mientras que la democracia se basa en el derecho de Voice», precisa el autor del ensayo The Dark Enlightenment, principal referencia de la neorreacción.
Los textos largos y enrevesados de Yarvin se vuelven poco accesibles para el gran público. Pero, después de todo, si el proyecto es quitarles el poder a las masas, no hay ninguna necesidad de convencerlas de su pertinencia. De hecho, Yarvin se dirige a sus colegas superdotados de Silicon Valley, a los que vería bien llevando las riendas. Si bien se asume generalmente que los tecnoemprendedores californianos están cerca del Partido Demócrata, una parte de ellos se ve atraída por esta vena más libertaria. El cofundador de Google, Larry Page, ¿no contó acaso su fantasía de disponer de «un territorio desregulado en el mundo donde sería posible experimentar todo»? Un sueño que Patri Friedman se esfuerza por concretar. Gran lector de Unqualified Reservations, Friedman, nieto del fundador de la Escuela de Chicago Milton Friedman, cofundó el Seasteading Institute, un proyecto de plataformas flotantes autónomas liberadas de toda influencia estatal. Uno de los principales inversores del proyecto impulsado por el joven activista libertario es Peter Thiel, el célebre cofundador libertario de PayPal, quien invirtió también en una startup de Yarvin.
De todos los actores de la economía 2.0, Thiel es quien va más lejos en la tentación neorreaccionaria. Campeón de ajedrez, diplomado en Filosofía y Derecho, escribió en un ensayo publicado en 2009 que «ya no creía que la democracia y la libertad fueran compatibles». Y por «libertad» debía entenderse «capitalismo», algo que lamentablemente «no tuvo mucho éxito entre las masas», ese «demos no pensante». El millonario parece maduro para aceptar la idea de un despotismo tecnológico de naturaleza corporate. «La verdad es que las startups y sus fundadores se inclinan por el lado dictatorial, porque eso funciona mejor», desliza en una conferencia ofrecida en Stanford en 2012. El vínculo de subordinación del asalariado respecto de su empleador, reconocido en el Código Laboral, reflejaría la naturaleza desigual del funcionamiento de la empresa. La conclusión de Yarvin y Thiel no es que se necesitaría más democracia en las empresas, sino que se la necesita menos en los Estados. Al igual que para Nick Land, «los dragones asiáticos [Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán] ofrecen modelos preferibles de regímenes capitalistas y autoritarios eficaces».
Desde luego, este autoritarismo puede parecer incompatible con el antiestatismo y la defensa de las libertades individuales generalmente asociados a la ideología libertaria. En la práctica, sin embargo, «el libertarismo se adapta muy bien a los regímenes dictatoriales», recuerda Harisson Fluss. «El fundador de la Escuela Austríaca, Friedrich Hayek, apoyó, por ejemplo, al coronel Augusto Pinochet en Chile». En todo caso, la contradicción no parece perturbar a Thiel, quien invirtió simultáneamente en Leafly, una aplicación que vincula a vendedores y consumidores de cannabis –proyecto promercado y libertario si los hay–, y en Palantir, un agregador de datos personales vendido especialmente a agencias gubernamentales.
La voluntad de aplicar la ultrarracionalidad económica a la mejora «apolítica» de los modos de gobierno no es ajena a la ambición de otro movimiento, también en boga entre los tecnoentusiastas de Silicon Valley: el transhumanismo. Avatar del eugenismo del siglo xx, preconiza el derecho a servirse de la tecnología para incrementar las capacidades físicas y mentales del ser humano. Antes de lanzar Unqualified Reservations, Yarvin colaboraba además con Overcoming Bias, el blog del investigador Eliezer Yudkowsky dedicado a la inteligencia artificial, los sesgos cognitivos y la psicología evolucionista. En cuanto a Thiel, quien dice estar «en contra de los impuestos confiscatorios, los colectivos totalitarios y la ideología de la inevitabilidad de la muerte de todos los individuos»2, es sabido que financia las investigaciones sobre la prolongación de la vida del biogerontólogo Aubrey de Grey, toma hormonas de crecimiento y consideraría la posibilidad de hacerse transfusiones de sangre de personas más jóvenes.
En su búsqueda de perfeccionamiento de la humanidad, los neorreaccionarios se interesan naturalmente en lo que denominan púdicamente la «biodiversidad humana»; en realidad, el «darwinismo aplicado a la raza humana», traduce Nick Land. Adhieren a las teorías pseudocientíficas sobre la desigual inteligencia entre las razas, que se encuentran por ejemplo en la obra The Bell Curve: Intelligence and Class Structure in American Life [La curva de la campana. Inteligencia y estructura de clase en la vida estadounidense], publicado en 1994. Las cuestiones raciales no son sin embargo centrales para los neorreaccionarios, cuya prioridad sigue siendo el reemplazo de la democracia por un régimen elitista más eficaz. Son, en cambio, ineludibles para sus «primos» de extrema derecha, los nacionalistas blancos, núcleo duro de la Alt-Right.
MAKE AMERICA WHITE AGAIN
Los nacionalistas blancos comparten numerosas referencias intelectuales con los neorreaccionarios, especialmente entre los autores reaccionarios críticos del liberalismo político y la democracia. Pero si bien los neorreaccionarios simpatizan con el nacionalismo blanco, no se identifican con él: «La Alt-Right y el trumpismo son demasiado políticos, estatistas, nacionalistas, democráticos, populistas y a menudo críticos del capitalismo como para que nos gusten», resume Nick Land. «El régimen que deseamos se basa en Exit; el romanticismo y el tribalismo del nacionalismo blanco están más bien relacionados con la Loyalty [lealtad]». Aun cuando rechace el universalismo de las Luces, el nacionalismo no es por ello menos producto de la época moderna, al igual que la democracia o el socialismo, lo que lo desacredita inmediatamente a los ojos de los neorreaccionarios. Las fronteras son sin embargo bastante porosas, tal como lo ilustra la decisión de Thiel de apoyar oficialmente a Trump. «Muchos adeptos a la Alt-Right son ex-libertarios que apoyaban a Ron Paul3», nos explica el nacionalista blanco Greg Johnson, a su vez proveniente del libertarismo. «Cuando se observa a los libertarios, se percibe rápidamente que son todos blancos. Es una ideología implícitamente blanca».
El movimiento nacionalista blanco se concibe como abierto y heteróclito y recibe todo tipo de sensibilidades o corrientes más antiguas, a menudo cercanas pero a veces contradictorias, entre las cuales se encuentran identitarios, supremacistas blancos, neopaganos, tradicionalistas, eugenistas, nativistas, monárquicos y masculinistas. Una misma persona suele reconocerse en varias tendencias a la vez… Pero el nacionalismo blanco es innegablemente lo que los une a todos. Obsesionados en mayor o menor medida, según las tendencias, por los diversos «complots judíos» y la influencia de Israel en la política estadounidense, todos los nacionalistas blancos sueñan con restaurar la grandeza de la civilización occidental, hoy atrapada en la mediocridad igualitaria, consumista y multicultural.
Una de las figuras más visibles de la Alt-Right se llama Richard Spencer. Presidente desde 2011 del National Policy Institute, un think tank nacionalista blanco fundado en 2005, fue el creador en 2010 del sitio Alternativeright.com, que dio su nombre al movimiento. Feliz de expresarse en los medios de comunicación y de contar su recorrido intelectual, este fan de Friedrich Nietzsche y Carl Schmitt se mostró sumamente cordial durante las dos horas de conversación que mantuvimos vía Skype.
Cursé mis estudios a comienzos de los años 2000, en pleno «fin de la historia», cuando el consenso tanto a izquierda como a derecha era que se habían resuelto todos los problemas: todos podían hacer las compras en Wal-Mart, recibir prestaciones sociales, ver porno gratis, tomar drogas o antidepresivos. Se había creado una masa mundial de humanidad indiferenciada satisfecha por el mercado o el Estado benefactor. Ahora bien, yo rechazaba visceralmente esta idea. Quería que la Historia retomara su curso.Por eso se emociona ante la promesa de Trump: «Make America great again!». Para la Alt-Right, esta promesa de un futuro radiante remite muy concretamente al imaginario conquistador de la exploración espacial. «La novela que más me influyó no es El manantial de Ayn Rand, sino Dune de Frank Herbert», cuenta Greg Johnson, doctor en Filosofía y fundador de la editorial nacionalista Counter-Currents. En este clásico de la ciencia ficción, una humanidad mentalmente superior ha conquistado gran parte del universo, sobre la cual el emperador Shaddam iv ejerce un poder de tipo feudal. Johnson recuerda con fervor los «valores arcaicos» que vehiculiza el libro: «la identidad, el ethos aristocrático y el ethos guerrero».
Si bien Johnson no sigue a la neorreacción en su rechazo absoluto de la democracia, la república que anhela es todo menos inclusiva e igualitaria. «Como la ‘vieja derecha’ fascista y nazi, la ‘nueva derecha’ estadounidense aspira a crear una sociedad de orden jerárquico, homogénea y unificada desde el punto de vista racial y cultural», nos explica seriamente. «Pero de la misma manera en que la nueva izquierda no tiene ninguna dificultad en condenar las atrocidades de la vieja izquierda estalinista conservando sus ideales, la ‘nueva derecha’ se construye sobre un rechazo explícito del totalitarismo, el imperialismo y el genocidio». Entre los inspiradores estrellas de los intelectuales de la Alt-Right figuran Alain de Benoist y Guillaume Faye, los pensadores de la Nueva Derecha francesa reunidos en el Grupo de Investigación y Estudios para la Civilización Europea (grece, por sus siglas en francés), que trabajó para reconstruir una extrema derecha presentable tras su deslegitimación después de la Segunda Guerra Mundial.
RAZA E IDENTIDAD
Inscribiéndose en esta línea, Spencer se presenta como un nacionalista «identitario». «La cuestión más importante, antes que la economía o la política exterior, es la de la identidad. Ahora bien, la identidad blanca se define como la herencia biológica y cultural de Europa». Le gusta señalar las supuestas incoherencias de una izquierda dispuesta a todas las contradicciones para escapar al «tabú de la raza»: «las razas serían iguales, pero los blancos oprimirían a los demás… excepto que las razas no existen, razón por la cual, ¡se necesitaría una mayor diversidad racial!», parodia en su sitio Radix. Finge así ignorar la distinción entre la existencia de razas como construcciones sociales que producen efectos concretos sobre los «racializados» y la inexistencia de la raza como concepto genético y biológico válido. Al igual que el «etnodiferencialista» Alain de Benoist, los identitarios estadounidenses desarrollan una argumentación bastante sofisticada para darle un aspecto serio a su «realismo racial»antiigualitario y rechazan toda acusación de racismo. Al ser la genética de poca ayuda, ya que se demostró que todos los individuos tienen en un 99,5% el mismo genoma, recurren a los dudosos hallazgos de la biología evolucionista y las ciencias cognitivas para afirmar la existencia de diferentes razas, así como la preferencia natural e inevitable que tendría cada individuo por la suya, «como un niño prefiere a su padre por sobre otros hombres», explica De Benoist en una entrevista concedida a Éléments.
Sin embargo, evitan afirmar inmediatamente que la raza blanca sería superior a las demás: «ninguna raza es superior en todos los aspectos», escribe Spencer. «Todo depende del contexto. (…) Los africanos del oeste pueden ser ‘superiores’ en el sprint, otras razas pueden tener mayor facilidad en otros campos». Se adivina el deslizamiento riesgoso que se perfila… Tras haber reconocido graciosamente los talentos atléticos de los negros, tiene derecho a preguntarse sobre las virtudes de otras razas. Según él, los blancos y los asiáticos serían más inteligentes que los negros porque sus ancestros, los cazadores-recolectores que sobrevivieron a los inviernos más fríos del Norte, fueron los más inteligentes y previsores, mientras que los ancestros de los africanos no tuvieron necesidad de desarrollar tales facultades en el trópico. «No es ni justo, ni injusto, es simplemente el resultado de la evolución», escribe. Y si los asiáticos son «más inteligentes que los blancos», son sin embargo más «conformistas», lo que explicaría que en la época moderna, «la inmensa mayoría de las grandes realizaciones en la historia sea obra de hombres blancos que viven en Europa y, más recientemente, en América del Norte». Y es así como la desigualdad racial, descartada en la introducción, regresa tranquilamente en el cuerpo del texto.
Es, además, en gran medida en nombre de esta desigualdad como Spencer toma distancia del cristianismo y se distingue así de la derecha religiosa estadounidense encarnada especialmente por el Tea Party. «Culturalmente, la civilización blanca europea es cristiana, y la defenderemos como tal si es atacada. Pero no somos particularmente creyentes y somos sobre todo escépticos en cuanto al mensaje igualitarista, individualista y universalista de Jesús, que puede ser visto como protoizquierdista y protomulticultural», nos explica. «Contrariamente a lo que la gente suele pensar, el liberalismo y el cristianismo no están en conflicto, al contrario». Una vez afirmada la grandeza de la «raza blanca», resta pues escapar a la «disolución» demográfica y a la «catástrofe» de una sociedad multirracial, que conduce «ineluctablemente a la competencia, la envidia, el resentimiento o el genocidio», según Spencer.
POR UNA «DEPURACIÓN LENTA»
En términos de política concreta, la Alt-Right milita pues por una limitación drástica de la inmigración y por la expulsión de todos los ilegales. «Estados Unidos no es una nación de inmigrantes», escribe el jag. «Somos una nación de colonos, que decidimos después aceptar inmigrantes, luego no hacerlo y podemos decidir abrir o cerrar nuestras puertas a nuestro criterio». Greg Johnson nos explica que, a corto plazo, «un objetivo razonable sería volver a la situación anterior a 1965, cuando 90% de los estadounidenses era de origen europeo». Para ello, preconiza nada menos que una «depuración lenta», que consiste en «incitar suavemente» a los descendientes de segunda o tercera generación a regresar a su país de origen. «La gente acepta mudarse cuando pierde un empleo o cuando los alquileres son demasiado caros debido a la especulación inmobiliaria. ¿Por qué aquello que uno acepta hacer como consecuencia del capitalismo no lo haría por una razón mucho más noble e importante? El procesopuede llevar unos 50 años, pero si se lo pusiera en marcha, se sabría de ahora en más que nuestro futuro está a salvo», nos explica.
Este es el objetivo «razonable» a corto plazo. Pero Spencer y Johnson ven más lejos. Ya que, para lograr una sociedad realmente homogénea, es necesario además purgarla de sus ciudadanos negros. ¿La solución? El separatismo, con la creación de un Estado negro en el sur de eeuu. «Después de todo, ya se creó Liberia. Creo en la negociación. Debería ser posible convencer a los negros de que esta solución también los beneficia», piensa Spencer. Sería casi un alivio enterarse de que su prioridad es, sin embargo, «no tanto formular medidas precisas como promover una conciencia racial y un cambio de paradigma».
Como suele suceder, el conservadurismo, en tanto reacción a los movimientos progresistas, recoge consciente o inconscientemente las ideas o tácticas de sus adversarios. La Alt-Right no es una excepción. La «nueva derecha norteamericana», como la llama Johnson, debe imitar el recorrido de la izquierda. Explica:
tras la Segunda Guerra Mundial, la nueva izquierda renuncia a organizar un proletariado movilizado mucho más eficazmente por el fascismo y el nazismo. Se lanza pues a otro terreno: la batalla intelectual. Piensa representar los intereses de los trabajadores, pero su estrategia es elitista: se trata de influir en la clase media instruida que, a su vez, tiene una mayor influencia a través de la educación, los medios de comunicación y la cultura popular. Resultado: el comunismo está muerto, el capitalismo ha triunfado y sin embargo, en la esfera cultural, los valores antiblancos y prodiversidad de izquierda se volvieron completamente hegemónicos. ¡Debemos tratar con una oligarquía izquierdista!
La estrategia de la Alt-Right es pues actualmente «extender su soft power y convencer, a través de los textos, podcasts y videos, de que el etnonacionalismo está en el interés general».
Además de una política racial separatista, el nacionalismo blanco se traduce, en política exterior, en un aislacionismo diametralmente opuesto al imperialismo democrático y mesiánico de los neoconservadores de segunda generación que accedieron al poder después del 11 de septiembre de 2001. El trumpismo es sin duda menos categórico en el rechazo de cualquier intervencionismo militar pero, al igual que la Alt-Right, fustiga las ruinosas empresas «de exportación de la democracia» a Afganistán e Iraq. En la esfera económica, el nacionalismo blanco promueve el cuestionamiento de los tratados de libre comercio y la imposición de aranceles aduaneros proteccionistas, especialmente a los productos chinos. «El neoliberalismo (el capitalismo mundializado) y el comunismo tienen en común ser ideologías esencialmente internacionalistas», analiza un tal Dota, colaborador regular y anónimo de Alternativeright.com. «Nadie tiene la menor lealtad hacia su nación. Donde nosotros vemos naciones, los neoliberales ven mercados. Donde nosotros vemos pueblos, ellos ven mano de obra». El «capitalismo nacionalista» a la japonesa que él anhela favorece al sector privado pero «sin la obsesión por la desregulación». Para que la riqueza permanezca en la nación, retoma el modelo fordista que consiste en pagar correctamente a los trabajadores y preconiza la relocalización de la producción. En su blog Tradyouth, el tradicionalista Matthew Heimbach llega hasta considerarse «anticapitalista», aduciendo que el capitalismo es una fuerza «deshumanizante» de la que «se sirven los proglobalización para anular la identidad étnica, religiosa y cultural» de los pueblos. Citando a Noam Chomsky, considera que tras haber promovido una ideología racista para «esclavizar al Tercer Mundo», el capitalismo es actualmente antirracista para favorecer la inmigración.